One shot

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    En llegando a esta pasión,

un volcán, un Etna hecho,

quisiera sacar del pecho

pedazos del corazón.

—La vida es sueño. Calderón de la Barca.

Clark frunció el ceño molesto. Su mirada se fijó en la mano de Brucie apretando con lujuria la cintura de la modelo aquella. Cerró los ojos por un momento, intentando ignorar el ruido de toda la fiesta. Allí, en medio de toda la élite de Gotham, solo era Clark Kent, el reportero. No tenía importancia, no era nadie más que aquel que sostenía la cámara para obtener una buena foto para el Daily Planet. 

    Brucie lo miró. Pasó su vista de arriba abajo examinándolo y luego sonrió de manera descarada, mirando hacia otro lado, volviendo a su charla y su champagne con los hijos ricos de la ciudad. Lo vio besar a su compañera. Clark sabía que los besos de Bruce Wayne no sabían a lujuria, sabían a dolor. Se apartó de la charla tan trivial. No era momento para revolver sus sentimientos y el trabajo. Aún así, el corazón palpitaba a mil por hora y sentía como el nudo se amarraba en su garganta asfixiándolo.

Empezó hace un par de años, cuando había tenido la maravillosa idea de hacer un grupo amistoso de superhéroes en pro del bien de la humanidad. Batman estuvo presente y desde el momento en que lo vio, a pesar del mal carácter y que no podía ver más allá del traje, se perdió completamente en el hombre. Lo siguió, molestó, obsesionó: Su mejor amigo. La amistad quizá era unilateral al principio, pero a fuerza floreció. 

Fue aquella vez que lo encontró en la cueva, en un estado depresivo que solo él podía darse cuenta, porque aprendió a conocerlo demasiado bien. Su mano había acariciado su pelo por primera vez, en un acto pagano y luego se deslizó lentamente hacia su espalda. Bruce lo volteó a mirar con algo de extrañeza al principio, pero luego Clark lo vió sonreír ¡Sonreír! Fue el día má feliz de su vida. Entonces, días después lo conoció como Brucie en una de las tantas galas de Gotham. 

—Señor Kent —Siempre fue interesante la gracia con la cual Bruce Wayne sostenía una copa de alcohol. Era casi maravilloso. Clark había sonreído, hasta sintió que se sonrojaba, Brucie, en el traje armani de tres piezas se veía exageradamente bien —¿Sabes? Esta fiesta es horrible, pero solo por verte a ti ha valido la pena venir —Su corazón se calentó y todo se deslizó a partir de allí como lava ardiente. 

Brucie, después de varias palabrerías coquetas lo había jalado hasta el garage de la fiesta¡Ah! ¡Brucie! Ese jodido chico millonario. Sus manos eran tan suaves en una antítesis total con las manos de su contraparte nocturno. Fueron ágiles, certeras y suaves. En la limusina (Que Clark nunca creyó tan grande) lo acariciaron con tal vehemencia que Clark se derritió. 

Empezó con una sonrisa, un poco de burla hacia un cierto héroe de la ciudad del sol, y luego, en un cerrar de ojos, sintió sus labios suaves contra los suyos, su lengua dibujaba la fina línea de una sonrisa, se enrolló en la propia, haciendo movimientos y sonidos obscenos. Sus manos habían terminado en sus caderas, y Clark, sin perder el tiempo, aprovechó para deslizar las suyas por la parte de atrás de su cintura y deslizarse con gracia hasta su trasero ¡Y por Hera! Lo apretó porque era la oportunidad de su vida. Brucie solo sonrió con picardía, se lanzó a su cuello y marcó un chupetón. 

Las manos curiosas y nerviosas jalaron de los botones del saco, supo después, que había arrancado los botones por el jalón que le dio a la delicada prenda en su momento de lujuria. Pero, finalmente, llegó a donde quería, la suave piel del torso de Bruce, llena de cicatrices, pero tan delicada bajo sus dedos, que no pudo hacer otra cosa que delimitar cada una con cuidado. Brucie, que era más agraciado, había quitado botón a botón de la camisa a cuadros, disfrutando ver como la piel se iba exponiendo cada que sacaba uno. Pasó sus manos por el bien formado pecho y apretó sus pezones, arrancando un gemido del granjero de Kansas. 

Cuando nadie veDonde viven las historias. Descúbrelo ahora