CAPITULO 4

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Después, justo cuando Sandy iba a replicar algo, escucharon cómo alguien golpeaba con los nudillos el cristal del ventanal que estaba detrás de ellas. Ambas se giraron y comprobaron para su pasmo que era ni más ni menos que Gary, que las miraba con cara de pocos amigos…
—Me temo que Gary nos ha pillado… —masculló Dorothy, preocupada por la reacción de su nieto, al percatarse de que se había montado en un automóvil.
Gary estaba que ni se lo creía y no podía dejar de pensar en que la culpa era de la irresponsable de su cuidadora, a la que esta vez iba a caerle la bronca del siglo.Bufando, entró en la heladería, y se dirigió a ella a punto de explotar, con la vena del cuello hinchada y los ojos echando chispas:
—Lo tuyo ya no tiene nombre, ¿pero tú qué tienes en la cabeza? ¡Mi abuela está operada de la cadera y no es conveniente que se suba a un auto todavía!—Gary, por favor, pero si ya camino sin muleta. Hace un mes y pico que me operaron. No seas melodramático, por favor… —le pidió su abuela, cogiéndole de la mano y tirando de ella para que se sentara a su lado.
—Quiero que esa cadera se cure bien. ¿Entiendes? —replicó apretando fuerte los puños—. No quiero riesgos y sinceramente, no sé qué pintas aquí… ¿No podías haberte tomado el helado en casa? Seguro que es una brillante idea de la alocada de la señorita Peters traerte hasta aquí… —comentó Gary acribillando a Sandy con la mirada.Ella desde luego no se dejó intimidar por esa mirada azul y fría y se la devolvió frunciendo los labios de una forma que resultó tan sexy y descarada que a Gary le entraron unas ganas enormes de echarle la mano al cuello y besarla hasta quedarse sin aliento.
Lo que me faltaba, pensó, no solo me está sacando de quicio sino que además ahora me entran ganas de besarla…
Antes de que la señorita Peters le acabara de volver loco de remate, rechazó de su mente ese pensamiento que consideró estúpido, mientras Dorothy explicaba:—Sandy no tiene culpa de nada, he sido yo la que he insistido para que me traiga a la heladería, me aburro muchísimo en casa y me apetecía tomarme un helado. Además, qué diantres, ya estoy bien… Camino sin muletas y el doctor me aseguró que no había problemas en realizar trayectos cortos.
Gary, exasperado, gruñó:
—¡No me fío! Prefiero esperar a que pase un poco más de tiempo…
—Gary, por favor, no seas aprensivo… Está todo bien.
Gary resopló, se apretó fuerte el entrecejo con los dedos y luego dijo:
—No, no está bien, abuela. Se trata de seguir unas normas y desde que Sandy está con nosotros, todo es un puñetero caos.
Sandy clavó la vista en el ventanal y se mordió la lengua para no liarla más, en tanto que Dorothy hablaba:—Gary te agradezco mucho tu preocupación, pero te repito que estoy bien, Sandy es una profesional maravillosa y un ser humano excepcional. No estás siendo justo con ella, así que te exijo una rectificación…
Gary se envaró y, con los ojos como platos, replicó:
—¿Qué? ¡Lo que me faltaba! Es ella la que tiene que pedirme disculpas, por haber cometido la imprudencia de subir a mi abuela en un automóvil.
Sandy, que ya no podía más, replicó muy ofuscada:
—¡No he cometido ninguna imprudencia! Tu abuela está bien, así que relájate un poco y sácate de una vez el palo que tienes metido en el culo, Gary Scott.
Dorothy soltó una carcajada y luego, alzando los pulgares, le dijo a Sandy:—¡Muy bien dicho, Sandy!
Gary, sin dejar de mirar a Sandy muy crispado, replicó:
—Qué ganas tengo de…
—¿Besarte? —le interrumpió su abuela muerta de risa.
Sandy rompió también a reír y luego exclamó muy divertida:
—¡Ni en sueños beso yo a Gary Scott! ¡Qué horror más grande, por favor!
A Gary le entraron tales ganas de silenciar las risas de esa chica con un beso que la dejara del revés, que le sobrevino una súbita erección que estuvo a punto de reventar sus jeans.
—¡Esta conversación es absurda! —habló Gary para zanjar cuanto antes el asunto—. Abuela, vamos a casa, yo te llevo.—Primero me voy a terminar el helado y luego nos vamos a ir de tiendas. Por cierto, ¿por qué no te tomas un heladito? ¿Sabes que el helado favorito de Sandy es el mismo que el tuyo?
Gary se pasó la mano por la cara, desesperado porque ya solo le faltaba ponerse a tomar helado con la negligente de la cuidadora…
—Abuela, tengo mucho trabajo… He salido un momento porque tenía que tratar un asunto urgente con un proveedor, pero me esperan en la oficina como ochenta tareas pendientes. No tengo tiempo de tomarme helados y mucho menos de irme a comprar trapos. Vamos a casa y compra por Internet lo que te plazca…—Necesito un vestido para el viernes y debo probármelo antes. Tengo que ir a la tienda…
—¿Por fin has decidido ir al baile? —preguntó Gary, sin llegar a creérselo.
—¿Qué pasa que te parece mal que vaya? ¡Está a quince minutos de casa!
—Te dije que te llevaba, si yo conduzco no me importa que salgas, pero no me fío de nadie más. ¿Queda claro? Y en cuanto a ese baile, ¿ya no te importa reencontrarte con el coronel?
—No, si viene Sandy…
Gary pensó que eso era el colmo y luego replicó:
—¿Qué pinta ella en el baile benéfico?—Me da seguridad —replicó encogiéndose de hombros—, con ella me siento más protegida y más cómoda. Tú te vas a poner a hablar con unos y con otros y a mí me da una tranquilidad tremenda saber que Sandy va a estar a mi lado.
Gary bufó, pero entendió que lo que estaba diciendo su abuela tenía toda la lógica del mundo. Él siempre estaba haciendo negocios, estuviera donde estuviese, así que era cierto que no iba a poder dedicarle una atención plena, por lo que dijo:
—Está bien. Estamos obligados a ir esa fiesta y si tu condición es que vaya la señorita Peters, lo acepto… Aunque me toque las pelotas…
—¡Gary! ¡Te voy a tener que lavar la boca con jabón! Retira esas palabras tan feas… —le exigió la abuela.
—Las narices, me toca las narices… —rectificó Gary, sin dejar de mirar a Sandy.Lo mismo digo —replicó Sandy, alzando un poco la cabeza.
Y lo hizo de una manera tan sugerente que esta vez Gary no solo tuvo ganas de besarla, sino también de empotrarla contra la pared y hundirse en lo más profundo de ella hasta que gimiera de puro placer.
—¡Sois tal para cual! ¡Si es que se ve a la legua! —concluyó la abuela mientras se terminaba su helado.
Gary soltó una carcajada tremenda y luego replicó cruzándose de brazos:—Antes me meto a monje que tener algo con la señorita Peters…
Pero justo en ese instante, Sandy no pudo evitar mirar a la abultada entrepierna de Gary y mascullar:
—Ya veo, ya…
Luego se arrepintió de sus palabras y devoró a toda velocidad lo que le quedaba de helado, que estaba ya casi derretido.
Y Gary al ver cómo esa chica lamía con la punta de la lengua la cucharilla del helado, no pudo evitar imaginarse esa misma lengua deslizándose sobre su miembro que estaba tan duro que le dolía.
—Vuelve al trabajo, querido, que Sandy y yo nos iremos al mall a comprarnos los vestidos…—comentó la abuela, mientras a su nieto le asaltaban esos pensamientos lujuriosos.
—No te compres cualquier trapajo que te conozco, abuela. Vete a Prada y no escatimes. Compra también un vestido para la señorita Peters, a ver si por una vez la veo vestida con algo que no sea de saldo… —habló en un tono de lo más autoritario, para que esa chica no olvidara en ningún momento quién mandaba.
Sandy muy ofendida no pudo replicar nada a ese tío tan soberbio y arrogante, porque el muy cabrón se marchó de repente dejándola con la palabra en la boca.
De momento, solo de momento…

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