Así que Travis Parisi.
Tenía un buen nombre para ser corredor de autos, la verdad. De alguna forma, pegaba bastante. ¿Sus padres se lo habrían puesto a propósito? Porque no le quedaba ninguno más que no fuera ese. Era extraño.
Para ser sincera, Travis no daba una mala impresión. Tenía un olor agradable y masculino que se mezclaba con su sonrisa simpática y perfecta. Traía una mochila abierta que mostraba todos los libros que llevaba, que eran bastantes. Tampoco era muy alto ni muy bajo, tenía una estatura un poco más alta de la promedio y, además, ni siquiera parecía pretencioso, como habrían asegurado Boston y Dallas.
Parecía un chico de lo más normal, común y corriente.
Estreché su mano con la mía y sonreí un poco.
—Soy Paige.
—¿Paige? —dudó visiblemente. Me evaluó con la mirada, sin soltar mi mano—. ¿Paige qué?
—Eh... Paige... Gants —me aclaré la garganta y repetí—. Paige Gants.
Cuando soltó mi mano y se la guardó en el bolsillo de sus jeans, supe que algo estaba extraño. No lucía mal, creo, pero sí incómodo. Se volteó hacia la cartelera de nuevo, y durante mucho rato nos quedamos en silencio, observándola. Se veía inquieto.
Las personas empezaron a despejar la zona cuando dieron las ocho en punto. Entonces, Travis me dedicó una corta mirada y se aproximó a la cartelera sin gente. Me apresuré para seguirle el paso.
—Mira, te toca el aula cuarenta y cinco también —señaló un papel pegado a la cartelera y me miró, con una pequeña sonrisa—. Parece que tenemos castellano juntos.
Observé el papel que señaló y vi el resto de las clases que tenía hoy, que no eran muchas. Saqué mi teléfono y fotografié el horario.
—Así parece. —le dije, entonces.
—Sé que es un poco pronto, pero —añadió, empezando a caminar conmigo a su lado—, ¿Qué te parece si hacemos trabajos juntos? No tengo muchos amigos, y te prometo que soy buen estudiante.
Me reí cuando él lo hizo, algo nervioso. Se le encendieron las mejillas en un rojo que apenas se notaba. Por un momento, me dió la impresión de que era más tímido de lo que se veía.
Cuando llegamos al aula cuarenta y cinco, no pude evitar pensar que, después de todo, Travis sí que sabía dónde quedaba. Aún así, no le presté mucha atención. Nos sentamos juntos al final del salón.
—Pues sí, supongo —le sonreí—. Yo tampoco tengo muchos amigos, así que no me vendría mal.
—Genial. Mi casa siempre estará disponible para trabajos de la uni —me miró, y pareció querer corregirlo de manera repentina—. Bueno, a menos que te sientas más cómoda en donde vivas. Tampoco tengo problemas en llegar.
—Ya veremos cuando tengamos algún trabajo, Travis.
El profesor no tardó mucho en llegar. Lucía viejo, canoso y malhumorado. Cerró con fuerza la puerta del salón lleno de tantas personas —que hicieron silencio— que ya no había espacio para más nadie, y empezó a dar la clase como si recitara el texto de un discurso que se habría aprendido hace ya mucho tiempo.
Eso de dos horas después, el profesor terminó la clase y se fue una vez anunció un trabajo que defenderíamos a finales del semestre, sobre los temas que iba dando. Propuso que podía ser en parejas, por lo que Travis y yo quedamos juntos.
Intercambiamos números y quedamos en hablarnos para cuadrar dónde nos veríamos para empezar nuestro proyecto antes de seguir por caminos distintos.
ESTÁS LEYENDO
Asaf y la alerta auxilio
Teen FictionSin preocupaciones, Sin compromisos, Con sonrisas que olvidan sus defectos, Un arrogante innegable, Irreverente de nacimiento, Y un buen chico de corazón. Así era Asaf. Y pronto no pude evitar caer en él. En su bonita destrucción.