Cuarenta y dos

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Amelia abrochaba con ligereza los botones de la camisa de Tom, mientras él la miraba con profundidad.

—Espero que tengas un gran día... —susurró la dama cuando fijaba el último botón.

—No sabes cuánto siento no poder estar contigo hoy... —dijo tomándola por la cintura, para guardar silencio por unos segundos—. ¿Y si lo hiciera?, digo, ¿qué problema hay con eso? Solo quiero estar con la mujer que amo...

Ella rió mientras sus ojos se perlaban involuntariamente.

—Tienes dos funciones hoy, además de una entrevista... —le recordó apoyando ambas manos en el pecho de él—. Y tú eres consciente de todo eso, no ganas nada quedándote aquí...

Él la miró de lado, frunciendo el ceño.

—Además... —continuó Amelia—. Yo te estaré esperando cuando vuelvas... tú solo preocúpate de tus cosas... todo estará bien por aquí...

Tom sonrió y tomó la mano de la mujer. Salió con ella del cuarto, para bajar las escaleras hasta el primer nivel de la morada.

—Les habría dicho a las chicas que te prepararan algo de desayuno, pero hoy es su día libre... —habló Tom mientras bajaban.

—Me las arreglaré bien, sé cocinar... además, por casualidad vi que el refrigerador está repleto de comida...

Él soltó una suave carcajada

—Confío en ti... pero a la cena me esperas... ¿sí? Yo me preocuparé de traer algo.

Ella asintió silenciosa.

—Si quieres salir a dar una vuelta, comprar algo, cualquier cosa, dile a Omar que te lleve... él conoce Londres casi tan bien como yo... siempre está por ahí, es solo cosa de que digas su nombre lo suficientemente alto...

—Gracias... pero sinceramente creo que me quedaré aquí por hoy... yo... —Amelia miró sus pies descalzos que se fundían con la alfombra–. Tengo mucho en qué pensar...

El británico se acercó a ella, quien usaba una camiseta larga y traía una manta sobre los hombros, ya que seguía lloviendo y estaba algo frío, a pesar de ser agosto. Puso su mano en la parte posterior de su cabeza y la atrajo hacia él, besándola lento.

—Te amo... —susurró.

Amelia sonrió mientras se separaba de Tom.

—Lo sé...

—Eso no es lo que deberías decir...

—Te amo... y ya no llores, por favor. —bromeó ella.

Él se apoyó en la puerta, y finalmente la abrió, para así medio-colarse al exterior.

—Adiós... —dio una última caricia en la mejilla de la mujer—. Te traeré algo, ¿sí?

—No soy una niña, Tom... —lo miró divertida.

—Lo sé, pero te compraré algo bonito de todos modos...

Amelia negó con la cabeza.

—Vas tarde... —susurró alejándose de él—. Adiós...

Él solo respondió dándole una sonrisa segundos antes de cerrar la puerta y desaparecer, dejando detrás de él un enorme halo de silencio y soledad.

Gastó un par de horas de esa mañana mirando a través de una ventana hacia la calle, mientras bebía una gran taza de té. Recién se daba cuenta de que la casa de Tom estaba situada en una vía bastante concurrida de Londres, ya que, a pesar de ser Belsize Park, una zona residencial de lujo, había bastante gente caminando por las veredas, y muchas otras montando sus autos a quién sabe dónde.

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