El Anillo Único

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- ¡Todos ingresen a la Montaña! ¡Los que tengan armas, vengan conmigo! - En ese instante los enanos que estaban haciendo guardia en las puertas corrieron en dirección a su rey y a todos los que estuviesen en el camino les entregaron las armas que tenían a la mano. Los elfos y algunos humanos sacaron sus espadas y ayudaron en la batalla. Tauriel por su parte maldijo el haber dejado sus dagas, ante la improbabilidad de que algo malo pasara y las necesitara para defenderse y ayudar a los demás.

- ¡Salgan de aquí! - los reyes elfos gritaron al mismo tiempo mientras se encargaban de algunos orcos que lograron pasar la guardia. Tauriel logró ver a Erussë y ágilmente se apresuró para montar sobre él.

- ¡Arwen, toma mi mano!

La elfa de cabellos negros al escucharla corrió en su dirección y subió detrás de ella. Eran las únicas que no tenían armas en pleno campo de batalla y un grupo de wargos empezaron a correr en su dirección. Justo cuando uno iba a saltar para atacarlas, Elladan lanzó su espada matándolo al instante, mientras que Legolas decapitaba a los demás orcos montado en Fęrmussë.

- ¡Tienen que irse! - dijo Legolas mientras encajaba su espada en el corazón de un trasgo.

- Diríjanse a la montaña, nosotros les daremos tiempo.

Ambos príncipes elfos terminarían exhaustos en cualquier momento, eran demasiados para ellos solos, pero si se quedaban ambas serían tan sólo un estorbo, por lo que debían apresurarse y ayudar a las personas que estaban en la Montaña. Estaban a punto de llegar, pero escucharon gritos al costado de la entrada y el horror se hizo presente... algunos niños no lograron huir y Bilbo, Bardo y Báin eran los únicos que se encontraban con ellos para protegerlos.

- ¡Tauriel debemos ayudarlos!

Sin dudarlo cambiaron el rumbo y evitaban a todo enemigo que aparecía en el camino, pues si las herían, toda ayuda sería inútil. De pronto un trío de wargos les impidieron el paso y miraban con hambre a Erussë. Se acercaban lentamente, dispuestos a atacar, pero en ese instante dos flechas mataron a uno de ellos y Fili degollaba a otro. Tauriel miró en la dirección de las flechas y ahí estaba Kili, luchando como el gran guerrero que era. Sin embargo, los niños eran prioridad, por lo miró al frente mientras que Erussë hizo a un lado al wargo restante con sus astas y retomó la marcha, seguro que ellos se podrían hacer cargo. Estaban cerca, y para sorpresa de ambas las criaturas que amenazan a los niños habían sido derrotadas, pero no había rastro de Bilbo.

- Todos diríjanse a la montaña, estarán a salvo.- dicho ello todos corrieron siguiendo las órdenes de la elfa pelirroja.

- Tauriel, Bilbo se internó entre los árboles, alejó a un grupo de trasgos para que nos pudiéramos encargar de los que quedaban.- dijo Bardo mientras corría junto a su hijo para ayudar a aniquilar a los enemigos restantes.

Tauriel juraba que logró divisar a Bilbo a lo lejos delante de esas alimañas que le pisaban los talones, pero al parpadear desapareció y las criaturas que lo seguía cayeron al suelo sin vida. Antes de poder moverse, un fuerte dolor de cabeza afectó a Tauriel, su vista se volvió borrosa y sentía que perdía el control de su cuerpo. Pasaron unos segundos y lo único que vió fue un enorme ojo de fuego, del cual se desprendía una energía maligna y asquerosa. Sintió que observaba cada rincón de su alma y que se acercaba más y más, haciendo que el calor quemara su cuerpo mientras pasaba el tiempo.

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