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Siempre estaré ahí

 Llegamos a una urbanización formada de imponentes casas con unos jardines enormes

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Llegamos a una urbanización formada de imponentes casas con unos jardines enormes. No me sorprendió, aunque agradecí que no nos dirigiéramos a la mansión Black.

Cuando empezamos a subir las pequeñas escaleras de la entrada, Caín sacó su cartera y de ella una llave. Abrió la puerta, y más allá de maravillarme con todas las excentricidades del interior de la casa, sólo quería que aquel día se acabara.

— Saca el botiquín de emergencias —. Sabía que él era lo suficientemente orgulloso como para no pedirme que le sacara esa bala. Ni siquiera estaba segura de ser capaz, pero se lo debía.

Después de unos minutos estábamos en la cocina, mientras yo iba sacando lo que creía que iba a necesitar. Había visto en películas como se hacía, pero no creo q se acercaran a la realidad.

Caín se quitó la camiseta, y aunque intenté mirar solo su hombro se me hizo imposible. Aún así me volví a concentrar en lo que tenía que hacer.

Le eché alcohol mientras él mordía la camiseta. Gritó bastante, sobretodo al abrir el orificio para extraer mejor el cuerpo extraño. Estaba estudiando biología avanzada, pero no creo que nos hubieran explicado esto en clase.

Con las pinzas comencé a hurgar, pero me temblaba bastante el pulso y la herida era un poco profunda. Él no paraba de soltar quejidos de dolor y yo sólo maldecía todo lo posible. Estaba perdiendo mucha sangre, y no podía evitar preocuparme.

Hurgué más profundamente y encontré el metal. Lo saqué rápidamente, lo que le arrancó un grito a Caín. Para detener la hemorragia agarré la camiseta y la enrollé alrededor de su brazo. Le apliqué presión, aunque ahora venía lo difícil.

¿Cómo iba a coserle una herida de bala?

Lo que sí parecía era que le había desgarrado el músculo, aunque podría haber sido peor. Al ver mi cara de confusión me indicó lo que tenía que coger para suturar.

Poco a poco me fue indicando como hacerlo, aunque sí estaba bajo presión por si había mucha pérdida de sangre. Además de que algo de sensibilidad me provocaba, ya que al fin y al cabo era una herida grotesca. Cuando terminé no podía creer que lo hubiera hecho. Su camiseta estaba totalmente manchada y hecha un ovillo sobre la mesa, así que empecé a pensar en alguna otra alternativa para taponar la zona.

No sabía que otra cosa hacer, así que me quité su chaqueta y después mi camiseta de manga corta. Me moría de vergüenza, pero no era como si tuviera otra opción. La rompí como pude, y la usé para vendarle el hombro.

Cuando lo miré para ver cómo estaba o si sentía dolor, él me miraba fijamente. No pude evitar sentir ese calor subiéndome a las mejillas. No era vergonzosa pero me producía algo diferente que me mirara así, y me hacía sentir expuesta ante él.

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