Furiosa

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Con paso mezquino se dirige a casa, el viento juega con su cabello negro. El sol lentamente se oculta para dejar de bañar con sus rayos, la piel canela de María de la Luz, quien suspira y en momentos se detiene para ver alrededor de ella, pero casi gente en las calles no hay.

Las pocas personas que se visualizan, pasan junto a María de la Luz sin hacerle caso. Los rostros de hombres y mujeres, es de miedo.

Aquel viento apacible hace unos momentos, cambia y ruge con fuerza, tratando que María de la Luz se apresure a llegar a casa. La oscuridad se acerca, y con ella los monstruos nocturnos que quieren destruir cualquier esperanza humana.

María de la Luz levanta la cara al horizonte y ve como lentamente los rayos del sol pierden fuerza hasta casi desaparecer. El reloj que lleva en la mano, marca las 8 de la noche en punto. Sin prisa, el caminar de la joven se hace más lento, en sus ojos hay poca esperanza, la cual se diluye en la desesperación que la invade.

Sin saber exactamente el cómo llegó a casa. María de la Luz por un momento se detiene en la entrada, respira para tranquilizar la mente, para lidiar con lo que adentro se encuentra.

Con la mirada recorre la fachada de la casa, la cual está deteriorada, nadie le ha hecho un mantenimiento desde hace años. Y como si fuera entrar a un lugar del cual jamás saldrá, gira la cabeza para ver por última vez el ocaso rojo que le regala la naturaleza.

Con suavidad María de la Luz pone la llave en la cerradura de la puerta principal, y con lentitud empieza a girarla. Al notar que la llave no da más vuelta, la quita y termina de abrir la cerradura jalando un cordón, el cual hace que la puerta se abra sin problema alguno. Con lentitud y mucho cuidado de hacer el menor ruido, abre la puerta y con la misma delicadeza la cierra.

Al escuchar el ruido de la puerta, dos niños de 5 y 8 años de edad se asoman para saber de quién se trata, al ver que es María de la Luz la reciben con cariño. De inmediato le preguntan.

– ¿A dónde fuiste hermana?

Pero María de la Luz no les hace caso se dirige a la otra habitación la cual tiene una cortina como puerta. En una cama desarreglada está dormida su madre quien aún no despierta. El alcohol que ingirió, hasta altas horas de la madrugada, hace que su sueño se prolongué más allá de las 8 horas habitúale. De puntillas María de la Luz se retira para hacerle de comer a sus hermanos.

El reloj que está colgado en una pared marca las 8:30 de la noche, y de esa forma da inicio a los ruidos de detonaciones de armas y sirenas de los cuerpos de emergencia.

El ruido de los disparos es estridente y tan nítido que pareciera que en aquella ciudad hay una guerra.

El cielo azul oscuro es iluminado por pequeños destellos de balas que son disparadas de un lugar a otro. Helicópteros sobrevuelan a baja altura y los tripulantes, al ver algo sospechoso disparan a matar. Las personas que no encontraron refugio huyen, corren, se tropiezan y son heridas por balas perdidas.

Los incesantes ruidos de balas que se escuchan en la calle, no cesan todo lo contrario aumentan en intensidad al pasar las horas. Cualquier persona normal al escuchar aquella batalla, haría que se agachara y tuviera miedo. Pero María de la Luz y sus hermanos se han acostumbrado a escuchar y mirar el resultado de la guerra que se suscita en las calles de Ciudad Juárez.

Al terminar de cenar María de Luz y sus dos hermanos, se dirigen al cuarto donde duermen, para que ella, les lea cuentos y así distraer las mentes de los pequeños, de una guerra, en la cual ninguno de ellos quiere participar.

Las manecillas del reloj corren con lentitud, el ambiente dentro de la casa es caluroso, pero María de la Luz no se atreve a abrir las ventanas para hacer que el viento entre a la casa y refresque un poco, así que enciende el aire acondicionado.

Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora