El cielo es de un azul intenso, las estrellas parpadean, la luz de la luna ilumina los campos. El paisaje es sombrío y abúlico. No hay señales de vida. Solo ráfagas intensas de árboles y campos que me persiguen al ritmo del andar veloz y monocorde del tren. Todo se presenta idéntico a mi retina. El árbol anterior es igual al siguiente, los pastizales abandonados hace un instante son para mis ojos estos mismos que estoy viendo ahora.
Me situé en la última fila de un vagón, con la cabeza apoyada en la ventanilla, de vez en cuando por un movimiento reflejo se despega del vidrio y me golpeo. Pero no siento nada.
Es más, creo que esos pequeños golpeteos son los que me están causando somnolencia.
Lo intento pero no lo logro, no logro dormir profundamente. El resto de la comitiva lo hace.
Aprovecho para escribir porque llegaremos muy tarde.
Hoy Dora me sorprendió con un "appointement" en Londres. Dado que ella trabaja en una casa de alta costura italiana, concertó como agasajo, desde Miami, una invitación a almorzar en la "Maison" de calle Regent. La invitación la cursó mediante una nota enviada a mi hotel, junto con un ramo de flores y una botella de champagne francés.
No supe qué hacer, el champagne era realmente costoso. El joven que me abría y cerraba la puerta en el hotel era amable por demás. Luego lo adiviné. Creo que quería invitarme a salir, pero las circunstancias lo hacían sentir que no era merecedor de ello. La soledad se podría haber escapado por la rejilla de un absurdo encuentro con el muchacho de galera roja que me miraba ilusionado cada vez que mi figura aparecía por el pasillo. Podría haber bastado una leve señal de mi parte. Por supuesto, me mantuve inalcanzable. Así que ni por un instante consideró aquello más que una ilusión.
Bajé con la botella dentro de la bolsa naranja. El joven estaba allí, con su galera y su bufanda. Cuando me vio, como cada día, se le iluminó la mirada, la esperanza otra vez se coló en su rostro. "Nunca saldremos", le dije en inglés para que no pudiera ni por un segundo pensar que la bolsa en mi mano significaba algo. "Sólo que no tengo a quien regalársela. O mejor sí, creo que el mejor es usted. Porque me ha regalado miradas dulces. Y, con sólo eso, pudo salvar mis días". Dijo "gracias" y me dio un beso en la mejilla. Creo que se salió del libreto de la formalidad londinense. Luego, me llamó para preguntar cuándo me iba. "Esta tarde", contesté. El señor de la galera lo imaginaba.
Pensé en la posibilidad de rechazar el almuerzo. No es una oportunidad que tiene cualquiera. Pero, en realidad, lo hubiera rechazado igual. Sin embargo, me sentí demasiado desagradecida, ya había librado a las manos de otro una costosa botella de champagne que era para mí. En realidad, era para él y para mí.
Por eso, no fue tanta mi sorpresa cuando vi el resto de los cubiertos dispuestos en la mesa del lujoso piso. No dije nada, pero era muy visible que no éramos tres, y tampoco había signos de que los otros dos llegaran en un corto plazo. Al pasar, y con una discreción más impostada que genuina, el gerente deslizó el temido comentario, "pensaba que serían tres", y luego preguntó si deseaba que retirase el resto de los platos. Dudé.
No sabía si era mejor hacer "sacar" a mi hija y a él, o dejarlos como testigos ausentes de ese fastuoso almuerzo. Preferí dejarlos. Hoy almorcé con sus sombras.
En cada bocado que llevé a mi boca, inexorablemente surgió la misma pregunta, que hago acá: ¿Qué vueltas acrobáticas dio mi vida para estar rodeada de tanto lujo y de tanta soledad? Más de una vez, el bocado quedó a medio camino por unos instantes, mezclado con nudos de lágrimas.
Dejé la mente en blanco, los ojos situados en el enorme ventanal que daba a un balcón francés, la belleza de la ochava, los cuadros y las obras de arte dispuestos en escaparates vidriados. Y traté de comer lo suficiente para que mi presencia no se transformara en una grosería.
Almorcé rodeada de carteras de cinco mil euros para arriba, con una repentina apnea matutina y lágrimas contenidas. Me retiré con premura. Lo que debía ser un motivo de fiesta, un buen momento, fue la muestra figurada del contraste entre la vida planeada y la vida real. Hay gente a la que le hace muy mal tener todo, no digo sólo material. Hay gente a la que le hace mal tener una persona completa a su lado. Él no puede pedirme más, le resuelvo la vida, tiene libertad para viajar, sus hijas cuidadas, la casa resuelta, y he sido, como él suele escribirme, la gran Tamara, la diferente de todas las mujeres, la que lo elevó más allá de sus capacidades, lo alentó y mejoró. No es justo que haya tenido que almorzar sola sumida en esa tristeza sólo porque no ha tenido ganas de viajar con el teñido de adicciones dudosas que tiene de amigo. Entiendo que él se ensaña en las malas relaciones, pero tampoco Matías iba a dormir con nosotros. Bien podríamos haberlo evitado.
No entiendo qué sentido tuvo hacerme tanto mal. Tampoco por unos días más en Buenos Aires la empresa se iba a caer. Pasado mañana voy a exponer, y él me hace falta, me hace falta un marido que me escuche, que me aplauda, con quien brindar después, un marido que tenga sincera felicidad por mis logros desde la primera fila. Me hace falta él.
Creo que voy a comer algo aquí en el tren, sólo quiero reportarme en el hotel y acostarme. Mañana voy a levantarme a estudiar temprano. Y después ya comienzan las exposiciones. Es importante saber que no voy a ser la primera disertante, me gusta aprender de errores ajenos.
Sólo lamento que sea de noche, me gusta el paisaje desde el tren de día, retener las imágenes de los verdes, de las montañas, de un pájaro en vuelo, de las vacas pasteando. Disfrutar de la batalla entre mi necesidad de capturarlo todo y las imágenes que se escapan, se pierden, se diluyen. Viajar de noche me privó de todo eso, me devolvió un paisaje único y sombrío donde no distinguí sombras ni luces.
El vuelo del pájaro hubiera distraído mis pensamientos. De noche, escribir es más sencillo.
Me despido hasta mañana, el gran día.
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LA DESVENTURA DE AMAR
Ficción GeneralTamara relata en su diario intimo la historia de su vida, en un viaje a su yo interior, a medida que avanza una historia que tomará cursos inesperados, frente a lo cual se despertará el temor a su muerte, el nuevo descubrir de sus fortalezas, y l...