—Tienes dos horas y media para terminar la prueba, si la terminas antes puedes entregarla y retirarte, no puedes hacer preguntar ni hablar, no puedes usar tu celular ni mucho menos calculadora, y si necesitas más hojas para hacer cálculos puedes solicitarlas, ¿está claro? —preguntó finalmente Phil, quien sería el encargado de tomar el examen.
—Sí, doctor. —respondió ella.
El británico asintió, y le dio la señal para abrir la prueba y comenzar a resolverla.
Amelia había tratado de repasar y estudiar lo más posible, llenando casi por completo un cuaderno con la resolución de cuantiosos ejercicios.
Tom había tratado de interrumpirla lo menos posible, sabía cuán importante era para ella aquel examen, y no quería importunarla, así que mientras ella estuvo en casa preparándose, intentó consentirla al máximo, comprándole nutritivas ensaladas y batidos, los cuales le hacía llegar a la hora de almuerzo, el desayuno y la cena, ya que él también se vio muy ocupado durante los últimos días.
La obra había sido muy bien recibida por la crítica británica, por lo que casi todos los días hacían dos funciones, e inclusive tres, sumado a varias entrevistas y visitas a programas de televisión o radio para promocionar la dramatización.
La mujer estaba nerviosa, pero cuando ya iba por el vigésimo ejercicio del examen se dio cuenta de que no tenía por qué sentirse de ese modo, ya que solo eran matemáticas y más matemáticas, y ella domesticaba las matemáticas como lo haría Cesar Millán con un perro.
Estaban en un salón grande, el Doctor Spencer se encontraba en el escritorio, revisando algo en su laptop, y ella estaba sentada en la primera fila de mesas, solo a un par de metros de él. Por fuera de la sala no se escuchaba más ruido que el de un par de tacones pasar con rapidez cada tanto, el resto, era solo silencio y tranquilidad.
Tom había insistido mucho en acompañarla, pero ella prefirió declinar a su oferta, argumentando que no quería molestarlo, y que sinceramente, prefería ir sola, ya que sentía que eso era algo que ella debía hacer de ese modo.
Al final, Omar la fue a dejar de todos modos, y dijo que la esperaría afuera hasta que estuviera lista.
Por esa hora, Tom se encontraba en casa, a minutos de salir en dirección a la morada de Julius, con la tarea de arreglar algunos asuntos. Ese día sería más liviano, solo tenía una función por la tarde y ya, pero de todos modos tenía cosas que hacer antes de eso.
Se sentía contento, Amelia estaba con él, la tenía para él todos los días, y eso era maravilloso.
Estaba metiendo algunas cosas a su bolso, cuando tocaron a la puerta de su despacho.
—Adelante...
—Señor Hiddleston, la señorita Stella lo busca. —habló una de las empleadas al entrar al lugar.
Tom se llevó una mano hasta la frente.
—Dile que...
—Sé que estás ahí, Thomas... —habló ella desde la sala principal.
—Mierda. —maldijo—. Está bien, la atenderé...
La muchacha se retiró y Tom caminó hasta la fuente de aquella voz pretenciosa.
—Tía, ¿cómo estás? —saludó él.
Ella se levantó y dejó un beso en el rostro de él.
—No puedo quejarme... ¿qué hay de ti?
—Estoy muy bien, gracias... pero dime, ¿cómo puedo ayudarte? —preguntó él.
La mujer volvió a tomar asiento, y extendió sus largos dedos señalando un diván, invitando a Tom a sentarse también.
El hombre le dio el gusto.
—Solo vengo a visitarte, con llamarme a diario no es suficiente...
—Sabes que he estado ocupado.
—¡Oh! Claro que sí... ya me imagino.
—Supongo que ya lo sabes.
—¿Qué adoptaste a la niña rusa? Claro, lo supe esta mañana...
—¿Quién te lo dijo? —preguntó mirándola serio.
—Puedo contarte el milagro, pero no el santo, querido Tom...
—Sí, es verdad, no te voy a mentir... Amelia vive aquí ahora...
—¿Y qué estás esperando para presentármela? —habló mirando en todas direcciones—. ¿Está arriba?, ¿en tu habitación, tal vez?
—Tía, ya basta. —pidió seco—. Amelia tiene su propia habitación, ella no duerme conmigo. Además, no está aquí, está en la universidad.
—Oh, ya veo... —la mujer se levantó, mirando algunos cuadros que colgaban de las paredes—. Pero sigo sin entenderte, Tom...
Él no dijo nada.
—Pero ya lo descubriré, siempre lo hago...
—Tía, tengo que salir...
Ella lo miró con desilusión.
—Está bien, sé dónde queda la salida, no tienes que mostrármela...
La mujer se fue de ahí sin siquiera despedirse.
Ella había sido la persona que se encargó de él cuando era un niño, siempre le estaría agradecido por ello, pero ya era un hombre adulto, podía hacerse cargo de sus asuntos, y ella no podía estarse metiendo en medio por siempre.
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✒Mazzarena
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Panacea Universal
Fanfiction❝El que jamás ha llorado y sufrido en soledad, nunca podrá entender cuan dulce puede llegar a ser el verdadero amor❞ ➤En lugar de una larga parrafeada contándote de qué se trata esto, prefiero dejarte algunos comentarios de mis queridas lectoras: ❝L...