Hijo de la naturaleza

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Algunas de sus memorias son emoción pura y nada de imágenes: de su primera infancia le queda el miedo. El miedo constante metido dentro, la incapacidad de comprender y reaccionar a todo con la misma velocidad que los otros animales poseían instintivamente.

Inosuke recuerda la sensación de correr huir, aterrado por garras que lo siguen apenas a un pelo de distancia. La carne tierna de sus piernas lo sostienen hasta donde su cuerpo alcanza, pero no es una bendición, sino un precio alto a pagar puesto que se convierte en la presa favorita de los carnívoros. Su corazón late desesperado, una piedra que le pesa y lo ralentiza y por un momento, se da por vencido y se deja caer en el suelo, las piedrecitas y las raíces incrustándose en su piel blanda y torpemente humana.

Se da la vuelta y alcanza a notar un millón de cosas diferentes a su alrededor: a pesar de ser de noche, la luna ilumina cada hebra de pasto, cada bichito esperando su cadáver pronto a ser, un búho lo contempla desde arriba y los zorros se pasean a su alrededor, riendo como lo suelen hacer. Las vibraciones de la tierra lo sacan del trance en el que parece haber entrado, el polvo y la humedad gritándole que se levante, que todavía tiene una oportunidad. Siente en las yemas el palpitar de la vida y toma su propia decisión: en el ciclo vida y muerte él no será el perdedor en ese momento.

Con nueva resolución, respira profundo y siente el aliento tibio y una lengua áspera acercarse a su cuello, el lugar más frágil. Reconoce l propio movimiento de su sangre y se concentra en detenerlo, tranquilizarse y quedarse tirado, esperando el momento oportuno. Este llega no mucho después cuando el lobo lo huele, registrando su estado para devorarlo. Percibe apenas un hilito que parece haber imaginado y va por el con toda la fuerza de su cabeza, le da un golpe en la cabeza, lo que le da el tiempo suficiente para tomar una de las piedras filosas (su vibración parecía ser más fina, retumbando en sus vellos como cuerdas de violín) y con toda la fuerza de sus pequeñas manitas, le corta la garganta.

El animal solitario aúlla herido, mas no intenta acercarse más a él, sino que cae, la sangre tibia calentando sus pies helados y calmando su ansiedad.

Una de sus primeras memorias es la sensación de la sangre tras el miedo, empapándolo de pies a cabeza, y su absoluta resolución a seguir con vida, no importa lo que tuviese que hacer para hacerlo.

Camina taciturno por el bosque, las vibraciones todavía clamando por su atención. Percibe desde las patitas de los ciempiés buscando su hoja hasta el cuerpo laxo del animal al que acaba de matar. De repente llora, ¿qué más ha de hacer un niño pequeño en el bosque? Y busca desesperado a su madre, la sangre le corre por los brazos y le mancha sus pieles. Ni siquiera se ha dado cuenta de que perdió un diente de leche en la caída y la posterior lucha.

Las lágrimas y el llanto, y quizá un poco el aroma a sangre, atrae a uno de los jabalís pequeños de su manada, reconoce sus líneas y sus ojos amables, compartiendo la leche con él cada vez que se siente hambriento. Inosuke se lanza con todo su pequeño cuerpo y asusta al animal, por lo que ambos emprenden una carrera inútil, los dos perdidos y sin dirección.

A su hermano jabalí sus piernas lo traicionan y cae, dándole tiempo suficiente a Inosuke para atraparlo entre sus brazos y gruñirle para darle a entender que es él. Cuando no le reconoce, comienza a entonar, en gruñidos nuevamente, esa canción que parece grabada en sus genes. En ese instante es reconocido por el otro, quien le lame las lágrimas saladas en forma de disculpa. Y por fin, por fin, se cobija en el cariño del pequeño animal, quien no puede protegerlo más qué él a sí mismo. Eso no le importa, al menos no está solo.

No se molesta en sacarse el líquido rojo de su piel, se acurruca al lado de su hermano perdido y ambos, temblando, se disponen a dormir, escondidos en unos troncos viejos donde poco se veían. Exhausto, deja que las lágrimas recorran sus mejillas hasta que le pesa el sueño en las pestañas largas e inocentes y cae rendido.

Hijo de la naturalezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora