Capítulo 11. Dichosa suerte

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11.

Ha pasado una semana desde... No puedo mentir, que alguien me haya dicho que le gusto a Logan es magnífico.

¿Qué diría Ginna si se enterara?

Ya no tendría por qué haber competencia alguna, la ganadora sería yo porque Ginna no soportaría estar con alguien que pensara en alguien más que no sea ella.

Y yo estaría con Logan. Lo tendría solo para mí. ¿Y que se supone que haría? ¿Seríamos acaso enam...?

Oh.

¡¿En qué me metí?!

Aunque ser la novia de Logan no estaría mal, ¿verdad? Podríamos, mmm, comportarnos cómo se comportan los enamorados, luego nos casaríamos, tendríamos una familia. Y, ¿por qué carajos estoy pensando en estas cosas?

Logan me gusta como me gusta el chocolate, o como me gustan los cigarrillos, o el puré de papas de mamá. O sea, puf, ¿yo de novia de Logan? Además, sino mal recuerdo todo empezó porque quería darle a Ginna una lección: sobre que no puede salirse siempre con la suya y en cierta forma, también por Logan, porque yo lo vi primero...

¿Me estoy peleando por un... un... chico?

Y ahí es cuando todo me golpea con fuerza.

¿Qué diría mi mamá, o mi papá? ¿Qué diría mi abuela? ¡¿Y mi hermana cuando crezca?! Ahora no puedo equivocarme, y quizás estoy exagerando un poco porque mi hermana apenas tiene dos meses. ¡¿Pero con qué derecho le hablaría de chicos si estoy peleando por uno?!

Logan es uno en un millón, es un pez más en el agua. No es especial, bueno sí, pero no es el único, hay muchos más chicos más tiernos que él, quizás más atractivos, más decididos, más... ellos.

Ninguno como Logan, porque él es..., es indescriptible.

—¿En qué estás pensando? —La voz de mi mamá me hace asustar y me incorporo rápidamente en mi cama.

—En nada. —En un chico, mamá, y no sé cómo he caído tan bajo como para pelearme por él con Ginna.

—Oh, ¿así es como le dicen ahora? —murmura recargándose en mi puerta y frunzo el ceño.

—¿A qué? —cuestiono inquieta y en los labios de mi mamá se dibuja una sonrisa lenta.

—Anda, ven y ayúdame con la cena que se me ha hecho tarde —ignora mi pregunta olímpicamente y la sigo escaleras abajo, sintiendo el agradable aroma del guiso cocinándose.

Normalmente a la hora de la cena, mamá hace chocolate, algún postre o sopa de fideos; pero eso cambia cuando papá está en casa. Esa es su forma de engreírlo y ¿por qué no?, de engordarlo.

Papá ya no trabaja en la ciudad, se va por periodos largos a la sucursal de la empresa en la que trabajaba en Canadá. Pidió vacaciones por el nacimiento de mi hermana, pero había vuelto a trabajar hace un mes, justo al día siguiente de que me llevara a la fiesta de James.

La fiesta que hubiera disfrutado de no ser por la inesperada presencia de Ginna.

No me gusta recordar esa noche por muchas razones, pero ahora que lo hago creo que fue el detonante. Fue la gota que derramó el vaso:

Todo estuvo soportable hasta que, mientras bailábamos (bueno, mientras que yo intentaba seguirles el ritmo a Mike y Carlos), Ginna empezó a acechar al último. Al principio no me di cuenta porque Mike me hacía reír con sus pasos exagerados de baile, y no fue hasta que volteé y no encontré a Carlos ni a Ginna que me puse alerta.

Until you're mine © |Logan LermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora