Un ave nivel 40 volaba aparentemente desconcertada cuando, sin previo aviso, algo Chocó contra ella. Era un azor albino al que no había visto venir, y que se había lanzado en picado a una velocidad vertiginosa.
Supuestamente, era la comida de dicho azor, pero el depredador, con el cadáver en sus garras, sobrevoló un campamento cercano y lo dejó caer.
La actitud de su presa le había resultado extraña, a lo que había que añadir que no era una especie originaria de aquella zona, así que prefirió descartar la comida. Hacía mucho que aquel ave mágica había desarrollado inteligencia.
–No ha picado– examinó una mujer-yegua el cadáver que les había caído del cielo.
–No sólo eso. Nos ha mandado un mensaje. No va a funcionar enviar pájaros para drogarlo– añadió otra.
Habían sido contratadas para capturar al azor blanco, una tarea que estaba resultando mucho más difícil de lo que habían previsto. De hecho, su presa parecía estar jugando con ellos.
–Nos toca. Esta vez caerá en la jaula– intervino un mago, un hombre-oso.
–La vez anterior simplemente dio vueltas, sin meterse en ella. Y, la anterior, simplemente atravesó la jaula mágica. ¿Qué os hace pensar que esta vez podréis sorprenderlo?– se burló la primera mujer.
–Tampoco vosotras lo habéis hecho mejor– las criticó otro hombre-oso mago, compañero del primero.
Ambos grupos eran rivales. La recompensa por atrapar al ave era sustanciosa, por lo que había dado lugar a rencillas y sabotajes mutuos. Finalmente, habían acordado intentarlo por turnos, pero ninguno había tenido éxito y se les estaban acabando las ideas. Estaba siendo una empresa muy frustrante.
Pero si alguien estaba frustrado de verdad, era Krusledón. Ninguno de los que había contratado había conseguido atrapar al ave, y tampoco parecía que los últimos fueran a conseguirlo.
Aves de mayor nivel eran incapaces de seguirla a toda velocidad por el bosque, donde podía esconderse, o simplemente alejarse usándolo como cortina de humo. Si la magia era demasiado poderosa, se alejaba. Si no lo era, se reía de ellos, rompiéndola.
Lo que no sabían era que, en otras circunstancias, simplemente se habría alejado de ellos, pues ya empezaban a cansarle. Sin embargo, estaba esperando algo, así que los usaba para entretenerse.
–Está cerca– dijo para sí, ansiosa.
Una trampa mágica se interpuso en el camino del ave, pero ésta simplemente se desvió, rodeándola una y otra vez para hacerles saber que sabía que estaba allí, para burlarse de ellos.
–¡Ahora!– exclamó uno de los tres magos que mantenía el hechizo.
Usaron Desplazamiento Mágico para mover la trampa de golpe, para atrapar así a la escurridiza ave. Lo que no sabían era que no sólo el cielo era su hogar, sino su dominio. Allí no había plantas u otras interferencias, así que podía detectar con claridad los cambios en el maná, por muy sutiles que fuera. Y aquel ni siquiera lo era.
Envuelta en viento, rompió la jaula antes de que volviera a formarse, escapando con facilidad. Pensó en caer en Picado sobre ellos, ahora que estaban ocupados, para asustarlos, confiada en que, a su velocidad, no podrían reaccionar. Pero, de pronto, se volvió.
Cayó en Picado, pero no hacia los magos, sino en dirección contraria, ganando velocidad, entrando en el bosque, usando Eslalon para esquivar troncos y ramas a una velocidad vertiginosa.
Parecía tan imposible no chocar, ni siquiera rozar una hoja, como detenerse de repente, y posarse suavemente sobre el hombro de una mujer rubia con orejas puntiagudas. De los ojos del azor brotaron lágrimas, como no lo habían hecho en mucho tiempo, y su cabeza golpeaba con suavidad la mejilla de ella.
–Hermanas...– murmuró telepáticamente, totalmente superada por sus sentimientos, incapaz de expresar con palabras la alegría que su corazón sentía.
–Hermana azor, bienvenida– la recibió la lince con sinceridad.
Durante el juego, habían discutido a menudo, muy a menudo, e incluso peleado, pero seguían siendo hermanas. Cualquiera de las dos defendería a la otra arriesgando su propia vida.
–Hermana azor. Me alegra tanto ver que estás bien...– la recibió Goldmi, acariciando con su mano el suave plumaje del azor. O más bien, la azor.
Aquel plumaje blanco, que en el juego la había enamorado, podía ahora verlo en todo su esplendor, tocarlo. Ningún otro jugador le había prestado atención, pero ella, al verla, no había podido sino obviar cualquier idea previa, cualquier discusión sobre cuáles eran las mejores mascotas. Gjaki y Eldi simplemente se habían encogido de hombros, aunque más adelante el ave los sorprendería positivamente.
–Hermana elfa... No sabía si volverías, si volvería a verte. No hasta que sentí la llamada, hasta que sentí que venías. Quería ir a buscarte, pero no podía– sollozaba el ave.
–¿No podías?– se sorprendió la elfa.
–Quedarme en nivel 50 y vigilar este lugar era la condición para esperarte. Para que me encontraras si volvías– confesó el ave.
–¿Cómo...? ¿Quién...?– preguntó la elfa.
Pero su hermana negó con la cabeza. No sabía más, o no podía contárselo.
De repente, la lince alzó la cabeza.
–Algo se acerca.
–Deben de venir a buscarme. Siempre aparecen, por si me he chocado con algo. No pierden la esperanza...– explicó el ave con desdén.
El azor se preparó para salir volando, mientras elfa y lince se Camuflaban. Pronto, Detección de vida descubrió a tres presencias que se acercaban. Todos estaban por encima de 50, lo que resultaba muy peligroso.
No tardaron en llegar a unos metros de ellas, momento en el que el azor alzó el vuelo, con la intención de llamar su atención y que se fueran de allí. Pero no tuvo el éxito que esperaba.
–Maldito pajarraco. Si lo capturamos, cuando el príncipe se canse de él, me aseguraré de asarlo– maldijo uno de ellos, al que Goldmi reconoció.
Era uno de los guardaespaldas del príncipe, lo que confirmaba que estaba allí, y que probablemente era quien estaba detrás de su hermana alada. A los otros dos no los había visto antes, pero no era difícil adivinar que eran otros guardaespaldas.
–Hay algo más por aquí, pero no sé exactamente dónde– informó otro de ellos.
Era un experto rastreador, así que la presencia de las dos hermanas no pasaba del todo inadvertida. Quizás habían Camuflado sus figuras, ruidos y olores, pero su aura, la distorsión de maná que provoca todo ser vivo, seguía estando allí, algo sólo detectable si se cuenta con una gran habilidad.
ESTÁS LEYENDO
Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...