Lolth, Anala y Menzoberranzan

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- ¡Hazlo! - Me gritaba mi padre.

- Pero no quiero, padre... - Supicaba.

- ¡Es una orden de Lolth! - Voceó.

Tenía tantísimo miedo que tuve que hacerlo. No estaba de acuerdo, pero mi padre insistía en que Lolth se lo pidió. Maté a mi padre. Respiré hondo viendo como se desangraba frente a mis ojos. Contuve las lágrimas. La puerta de la entrada se abrió y apareció alguien con un cuerpo mitad araña mitad mujer. Se puso a mi lado a mirar el cuerpo de mi difunto padre. No dijo nada, ni siquiera me miró, aunque yo a ella sí.

- ¿Quién es usted? - Pregunté descortésmente.

Ella seguía sin mirarme y sin articular palabra. Y yo ya no podía aguantar más.

- ¡Le he preguntado que quién es! - Grité. - ¡Si no conocía a mi padre, váyase! - La miraba enfadada. - Estoy de luto... - bajé el tono de voz regularmente.

- Hiciste bien, Anala. - Giró lentamente la cabeza para mirarme. - Te veré mañana en Menzoberranzan. - Se giró y se fue.

Salí corriendo detrás de ella y, antes de que pudiera preguntarle ni decir nada, se volvió sobre sí desde la mitad del camino de mi casa.

- Lo encontrarás, Anala. - Me miraba fíjamente. - Confía en mí. - Asintió y continuó su camino.

No entendí ni la mitad de las cosas. ¿Quién era? ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Menzoberranzan? Tenía muchas cosas en la cabeza y muy poco tiempo para resolverlas... tan sólo veinticuatro horas.

Años más tarde...

- ¡Anala! - Gritó mi nombre Tentë. - ¡Corre! - Me hizo señas.

Fui corriendo hasta donde él estaba y me dijo que Númeth estaba realmente mal, que buscase ayuda, a quién fuera. La necesitábamos.

Númeth fue como mi padre desde que maté al mío por lealtad a Lolth, la cual se portó conmigo desde entonces como una madre. Como la que no he tenido nunca. Acudí a ella en busca de ayuda para Númeth esperando que aceptara. Tuve que cruzar todo Menzoberranzan y bajar cinco mil escalones para poder llegar a El Pozo. Un yochlol custodiaba la puerta. Cuando me vio acercarme se puso en posición de prohibir la entrada. Carraspeé y le dije que venía a ver a Lolth. Él seguía negándolo.

- A ver cómo te lo explico... - Agaché la cabeza con aire pensativo. - Vengo a ver a Lolth, necesito que me ayude en una cosa. - Volví a mirar al yochlol.

- No puedo dejarte pasar. Cumplo órdenes. - Se puso entre la puerta y yo.

- Pues cumple ésta. - Le saqué el dedo corazón haciéndole una peineta.

Me di la vuelta en busca de otra entrada. Sabía que Lolth tenía otra por ahí. Dudaba mucho que quitara puertas nada más yo salir de El Pozo. Tras dar algunas que otras vueltas y esquivar a más yochlols, conseguí subirme a un arbusto seco y meterme en por una ventana. Era el despacho de Eclavdra. Tan ordenado y mortal como siempre. Alguien iba a entrar, así que abrí la puerta.

- ¡Anala! - Se sorprendió. - ¿Cómo has...? - Miró la ventana. - ¿No te ha dejado entrar el yochlol? - Me miró alzando una ceja.

- No. - La dejé pasar a su despacho. - Yo también me alegro de verte Eclavdra. - Dije sarcásticamente. Por cierto, a ver si le decís a ese yochlol quién soy porque nunca me deja entrar. - Me crucé de brazos mirando a la sacerdotisa.

- Cariño, sabes que Lolth los... - pensaba. - ''Resetea''. - Hizo una mueca.

- Agghh. - Hice un gesto de asco. - ¿Está en su despacho? - Pregunté directamente. Ella hizo un gesto de que me fuera, dándome a entender que sí. Así que me despedí con un beso en la mejilla.

OlyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora