Sé que te extraño, y cuánto... pero también sé que alejarme me hace bien. A veces extrañar en silencio es la mejor opción.
No pude pegar un ojo en toda la noche, fue una noche larga. Son las 7:14 a.m. y acabo de levantarme. Tomé un abrigo del perchero y me dirigí al patio trasero, con tus fotos en las manos temblorosas.
Sentí el viento fresco en los ojos. Los cerré y respiré profundo. Me tomé mi tiempo. Caminé despacio, mientras mi piel se erizaba.
Me sentí débil, me detuve en medio del césped y me dejé caer delicadamente. Dejé las fotos a mi lado para sentir el rocío entre mis dedos. Miré el cielo y apenas estaba amaneciendo. Las aves recién comenzaban a cantar, entonando suavemente, casi con pereza. Hace una mañana bellísima.
El Sol terminó de salir, iluminando con fuerza. Podía sentir su calor. Tomé tus fotos de a una, mirandolas con detenimiento. Cada detalle, cada gesto. No pude evitar sonreír. Reviví cada uno de esos momentos, pero ya sin melancolía. Saqué el encendedor de mi bolsillo y acerqué la llama a la esquina de la primer foto, apreciando cómo ardía rápidamente.
Hice lo mismo con el resto. Dolió un poco, pero la sensación de paz y tranquilidad que llegó después fue incomparable.
En pocos minutos había terminado. Suspiré hondo, con los ojos cerrados frente a las cenizas. La calidez del Sol invadió mi rostro con suavidad. Me recosté en el césped y me dejé llevar. Logré dormir.
Te extraño. Pero sé que así estoy mejor.