9. Problemas en el paraíso.

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        — No. No. Y no. Es que me niego.

La exasperante voz de Bárbara puede oírse desde cualquier rincón del instituto. Sus pasos son rápidos y decididos, a la vez que buscan al culpable de aquel enorme desastre que ha causado tanta rabia dentro de la chica.

        —Deja de hacer el tonto, Bárbara. El profesor no te va a escuchar y menos cuando ni siquiera fuiste a su clase.

Intenta  razonar su novio que va detrás de ella intentando alcanzarla y finalmente pararla. Pero ella parece ir ganando y el chico no parece muy animado para acelerar aún más sus pasos.

    — Disculpa por ser buena amiga y quedarme a consolar a Helena, capullo. -Le espeta rápidamente parándose en mitad del pasillo para girarse a mirarlo.

Ambas miradas se encuentran, se agotan. Ninguno de los dos encuentra palabras para lo siguiente. Y es que, una voz de repente, corta toda tensión. O al menos, una gran parte.

        — Eh, ¿qué pasa aquí? —Helena aparece de repente y se acerca hasta ellos con cara de no comprender qué pasa entre la parejita.

        — Pregúntale a tu amiga del alma. —Replica el chico que parece incluso cabreado por los modales ya de su novia, que parece no hacer caso de nadie. Y mucho menos de él.

        — Por tu culpa, ahora la puta de turno va a quedar con mi novio para hacer un trabajo. 

Suelta Bárbara de la manera más tosca que encuentra a su amiguita del alma. Tener amigas para esto. Realmente, es muy graciosa la sociedad de los niños pijos. Sí, sí. Cada día me divierto más y sorprendo menos. La pobre chica, como sería normal, se encuentra completamente confusa ante la respuesta o explicación de su mejor amiga.

        — ¿Mi... culpa?

        — Sí, Helena. Tuya. —De nuevo, la respuesta áspera que le dirige la morena como modo único de contestaciones. Hoy alguien se ha levantado con el pie izquierdo por completo.

        — No la hagas caso, está histérica por... ya sabes. —Intentó disculparla su novio del alma, pero ésta no parecía querer seguir escuchándoles. Víctor rodó rápidamente los ojos al ver que ella ya no se encontraba entre ellos, por volver a echar a correr de nuevo por el pasillo.

        — Ya veo. —Contesta la chica sin prestar realmente demasiada atención a su propia respuesta, mirando el pasillo y perdiéndose en éste que ya estaba vacío. Sabía que la intención del chico sería correr tras ella, así que, antes de que lo hiciera, gira la mirada hasta mirarle e inquiere:— ¿Carol?

El chico la mira casi como si fuera obvio la respuesta, pero no quiere ser más borde que su adorable novia y contesta con un tranquilo asentimiento de cabeza, que Helena agradece con media sonrisa. Ambos suspiran profundamente dejando, en cuestión de segundos, en el aire la frustración contenida de los últimos días hasta ese preciso momento.

        — Debería irme. Tengo que evitar la muerte del profesor de lengua.

Y sin esperar respuesta alguna, el chico desaparece por los pasillos no a la misma velocidad que su novia lo hizo, pero sí procurando ir lo más rápido que sus huesos le proporcionan y su humor, que hoy no es demasiado, por lo que podemos ver.

Helena, sin embargo, no se mueve de donde está. La pobre no sabe qué pensar, ni tampoco qué hacer. Está dolida mire donde mire y ni siquiera sabe hacia dónde hacerlo. Finalmente, de entre algunos libros que lleva en su regazo, escoge su agenda para observar qué clase toca a continuación. No queda mucho para poder irse a casa y eso, dentro de lo poco que puede ayudarla, la consuela gratamente.

Bajo vigilancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora