81 8 0
                                    

El jabón entre mis frágiles manos deja pequeñas gotas cristalinas que adornan mi blusa impresa por la primavera, con colores vivos por doquier, sin perder siquiera  detalle de la calidez de un día primaveral bajo la sombra de una espectacular silueta bajo un frondoso árbol color coral.

El cálido recuerdo invade mi pequeña presencia, se apodera de ella entre sus delgados brazos, que me apresura a acariciar mis rugosos brazos de arriba abajo, una y otra vez hasta que se asemejen al lucero que alguna vez me prometió venir de las estrellas. El lucero que perjuró una y mil veces a mi alrededor, que su presencia compensaría mi arañado pasado por las maduras manos que me retuvieron en un calabozo de miseria y desdicha marrón.

La desgastada piel de mis brazos se revela cubriéndose de un oscuro tono púrpura, protesta por la agresividad de mis dedos al arañar sus recuerdos dorados, ahora siendo sólo una reliquia, que anhela con todo lo que su viejo corazón es capaz de formular con sus calmados golpeteos.

Unos fríos labios se adueñan de mis mejillas pálidas, no pronuncian una sola palabra, mas mi sonrisa se siente disparar al aire decenas de bengalas, como la primera vez; bajo ese roble olvidado por los años y la vida.

La necesidad de volver a mirar su rostro libre de líneas del tiempo, me hace dejar de lado mi labor y observarle durante lo que parece una eternidad, pues el tiempo en nuestro pequeño lugar que se profesó como el salvador, se ha vuelto más lento, como todo aquí, incluso nosotros. Veo sus piernas flaquear, como si pelearan entre ellas por si seguirán luchando contra el constante y creciente dolor, o el abandonar a ese desdichado humano pisoteado por los años, que sólo es feliz con una taza de té entre los dedos y la hermosa cabellera decorada de una flor diferente cada mañana de su alma gemela.

La flor en mi cabeza, como cada mañana, me susurra reprimendas por lo aburrido y rutinario que se volvió el despertar bajo las mismas paredes blancas con olor a humedad.

La necesidad en mi piel de sentirse deseada otra vez, con la misma ardiente intensidad de cada mirada que ese par de ojos avellana son capaces de estimular al reflejar en ellos sus más íntimos deseos de los míos. Me insita a acercarme para revivir momentos enterrados en lo más profundo del olvido.

Reúno nuestras piezas que creí desvanecidas en la avenida de la vejez, para saciar nuestras ansias de hacernos sentir que somos amados con la misma intensidad que la Luna y el Sol hacían al apoderarse de nuestros cuerpos adictos a la alucinación que la naturaleza nos regala. Vuelvo a la realidad, esa donde el cuerpo que hace un aliento se aprisionaba a mí, se ha separado para acariciar con cariño el nítido tatuaje debajo de mi oreja izquierda; esa realidad dónde elogia lo precioso que se ve en alguien tan especial como lo es mi pequeña presencia para sus cansados ojos rojos.

La sonrisa más brillante que tiene el mundo el día de hoy me ha sido concedida a mí, sabe que una fiesta entre la Luna y nuestra renovada presencia será concretada pronto, no antes que la oscuridad interrumpa el suceso más deseado por las insaciables almas que espían mi hogar.

La calidez que emana la taza roja entre mis temblorosos dedos manda una señal directo al canal, donde los colores carmín se encienden para reproducir en cuestión de segundos miles de días que fueron firmados en sangre, sudor y lágrimas; por la pareja que bajó de la oscuridad para consumar el amor que se juraron tener cuando aún eran estrellas.

«Me amo», esas palabras inundaron el cálido ambiente, haciendo sonreír a ambos. Mi corazón latía sin tregua al entender el significado tras esas palabras: nos amabamos tanto como a nosotros mismos. No podía concebir un amor más grande que el propio y eso me exigía el no soltarme de su alma lo que resta de mi existencia en esta y en mis otras vidas, aunque en ocasiones quemara mi piel en el proceso.

No hacía falta decir mucho, nuestras mentes fueron hechas con las mismas tuercas y tornillos. Tan iguales el uno del otro que eran capaces de saber el momento en que la inspiración surgiera en el corazón poeta del contrario, como lo eran de conocer el itinerario de sus sentimientos pulcramente ordenados. No tenía ni la más mínima importancia el vocabulario verbal en sus lentas hazañas, pues aún tenían tiempo para hacerlo en su otra vida, cuando el reloj no amenazara con quebrar sus inestables manecillas.

Terminaron el líquido verde mortal, incluso con las diluidas pastillas escondidas en la oscuridad del agua. Con una sonrisa, arrugando de felicidad cada centímetro de piel, sin mediar palabras que no fueran las que sus miradas susurraban con suavidad. Ambos podían sentir lo que el otro, pues como almas gemelas la Luna los bautizó.

«Cariño, vayamos a dormir», ofreció con suavidad la voz profunda que los años ordenaron el ser frenética.

De pie frente a mis decenas de pensamientos pintados de colores vivos, entrelazo nuestras almas a través de las manos. Iba directo a mi cuna y tumba, con quién me juró bajo la eminencia de la Luna, que fue enviado por ella misma para salvarme, que fue hecho de un cachito de mi perforado corazón para unir las piezas de nuestras almas, hasta que la muerte tuviera el desesperado capricho de llevar consigo nuestros almas despampanantes. Yo le creí, sin siquiera inmutarme ante su pesada presencia disuelta por la oscuridad, muy en el fondo sabía que su extraño nombre era la palabra tatuada en cada fibra de mi sistema, que se encargó de recordarme por quién y para quien fui concebida en esta peculiar forma humana.

Con nuestros cuerpos pegados y nuestras almas fusionadas, sentí de poco a poco el aire ser cortado por una filosa cuchilla, aún así yo no podía dejar de ser la persona más feliz que hubiese existido por haber compartido este precioso momento de transformación con esa alma que siempre llenaría de luz mis penumbras.

La sonrisa con la que su cuerpo quiso despedir a su alma, le confirmaban lo que siempre supo. Que su principio y su fin tenían el nombre de su preciosa adoración justo en el medio, escrito con una hermosa letra cursiva, augurio en el principio de su viaje y recordatorio en su fin, del cómo sería su vida y el cómo fue su muerte.

Respirar su mismo aire siempre sería un placer, una petición a la Luna, y más que eso, una súplica de rodillas a la divinidad.

funeral;  taekook. †Donde viven las historias. Descúbrelo ahora