Alpha Ikender.
•Viento efímero•De noche, es cuando la soledad más te abraza, más se impregna en tu piel. Habían pasado un par de días después de la llegada de la mujer de cabellos rubios y opacos. En las últimas horas, eran muy pocas las veces que miraba o hablaba con Ikender, él estaba ocupado y entendía eso a la perfección, ni siquiera llegaba a dormir, el chico de cabellos castaños, Matías, me dijo que irían ha visitar a un tal Lort Ashton.
Escuché hablar de ese hombre varias veces, aunque siempre que se mencionaba no era de una muy buena manera.
En la cena solo estuvimos el pelirrojo y yo, Lorein, nunca salía de su habitación, supongo que no deseaba verme. Aún no entendía porque ese odio tan exagerado hacía mí.
Un pequeño trueno me hizo fijar la mirada en la ventana de la habitación, estaba por caer una tormenta, todo el día fue gris, lleno de pequeñas brisas de lluvía y el gruñido de las nubes. Me puse de pie estando descalza, al quitarme la manta del cuerpo, una pequeña corriente de viento fría me cubrió, causando un pequeño escalofrío.
Abrí la cortina de la ventana dejando que la luz de la luna iluminara mi rostro. Deslicé el vidrio del exterior, el viento era fuerte, movía mis cabellos de un lado a otro, las gotas de lluvia empezaron a caer con mayor fuerza. Podía notar la sombra de hombres alrededor de la casa, no sabía porque Ikender tenía tanta seguridad. Esta mansión estaba alojada lejos de su manada, por lo que me había, él siempre fue solitario, y le gustaba esa clase de paz.
—Espero que no estés pensando en saltar. Soy de los vampiros más rápidos de mi especie — un jadeo salió de mi garganta, Rosel estaba como siempre recargado en el marco de la puerta.
—Solo quería ver la lluvia— murmuré entre dientes.
—¿Lo extrañas verdad?— Suspiré mientras cerraba la ventana de nuevo dejando la cortinilla un tanto abierta, para que la habitación no estuviese en penumbras.
—Es normal, el vínculo que ustedes tienen, o más bien el que él forjó cuando te mordió, hace
que lo extrañes— Su marca, aún me parecía extraño tener una especie de tatuaje rojizo en el cuello. Me senté de nuevo sobre la cama, ya era demasiado tarde, pero el sueño no llegaba ha mí, en lugar de ello, una inmensa melancolía cubría mi corazón.—¿Puedo preguntarte algunas cosas?
—Las que quieras tesoro, yo no duermo, así que tengamos una pequeña pijamada— Rosel entró a la habitación tomando asiento en un pequeño sofá al fondo del cuarto.
—¿Cuántos años tienes?— Si bien, parecía ser tan solo un joven con no más de 24 años. Pero en esta casa, nadie tenía la edad que aparentaba. Ni siquiera yo que, seguía viéndome dos años menor.
—Bueno, me convertí cuando tenía veintiséis, en 1780— abrí mi boca con asombro.
—Tienes más de tres siglos— asintió con la cabeza.
—Bueno tu bella dama. No pareces llegar a las veinte primaveras . Aunque debo asumir que me sentiría mucho mejor escuchando un poco más de quince— Sonreí de lado. Él sabía que había pasado cinco años en esa casa.
—Cumplí dieciocho hace un mes— asintió complacido.
—Vaya, ese Alpha es todo un asalta cunas, eres solo una niña— rió como si le hubiese contado un chiste. Me sentía un tanto insegura, sola, y también pérdida. Me pregunto, si el tren y yo hubiésemos llegado antes. Él no podría haberme salvado.
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ALPHA IKENDER +21©
Manusia SerigalaC o m p l e t a Él era el gran Alpha de Alemania. Ella una humana esclavizada. Él fue libre toda su existencia. Ella estuvo cautiva cinco años, su padre la había vendido al peor hombre que la pequeña Eider pudo conocer. Estaba en medio de las vías...