Me limpié las lágrimas y decidí enfrentarlo.
-Soy yo o todo tu show, tú decides.
Anne necesitaba urgentemente un nuevo empleo para terminar de pagar sus estudios, pero jamás pensó que cuidar a unos mocosos le llevaría a tener un...
Tomé varias respiraciones profundas y me repetí mentalmente que nada podría salir mal.
Al menos no esta vez.
La secretaria de mi jefe había dicho que necesitaba hablar urgentemente conmigo. Seguramente era porque había dejado el grifo del baño de empleados abierto cuando salí corriendo a comprarle chocolates a una anciana. O probablemente porque había echado sal al café de su odiosa secretaria.
—Ya puedes pasar, Anna.
—Es Anne—corregí.
Acomodé mi cabello lo más rápido que pude y pasé las palmas de mi manos por mi camisa para intentar que no se notara tanto lo arrugada que estaba. La anterior noche no pude plancharla; Jack había aventado la plancha que teníamos a la cabeza de su novio-no-novio cuando discutían, desgraciadamente no le atinó.
Entré a esa tétrica habitación y vi que el Sr. Cohen estaba hablando por teléfono con alguien que seguramente debió ser su esposa pidiéndole que le compre un nuevo bolso.
—Te haré llegar el dinero, cielito—susurró y luego dirigió su mirada a mi—. Señorita Johnson.
Su lactosa y aguda voz estaba más seria que nunca, tenía un dejo de recriminación. Definitivamente no me esperaban buenas noticias.
—Supongo que ya debe saber porque está aquí.
—¿Es porque va a darme un ascenso?
—Un descenso, más bien.
—¿Qué?—fruncí el ceño sin entender.
—Lo que escuchaste, Anne. Estás despedida.
—¡¿Qué?! ¡Pero si ayer convencí a un doctor de comprarse un auto!—me defendí—. Y el jueves pasado logré que se vendieran otros dos, además, mis diseños son grandiosos. ¡Esto es una injusticia!
—Prácticamente obligaste y amenazaste de muerte para que compraran los autos.
Silencio.
Tenía razón, pero ¿qué más podría haber hecho para que se llevara el bendito auto, además de conminarlo diciendo que tengo gente que sabe exactamente donde trabaja y donde está su familia?
Está bien, creo que hubiese sido mejor ser menos agresiva. Pero ¡vamos! Le sumé algunos miles más a la empresa.
—Necesito que dejes tu credencial.
—Pero...
—No hagas que llame a seguridad.
—¿Habla de Antonio?—señalé al guardia por la ventana, estaba hurgándose el oído con el dedo meñique, lo sacó y lo llevó a su nariz para olerlo—. Quiero ver que me saque de aquí—me crucé de brazos.
Cohen rodó los ojos y sacó una pequeña pistola eléctrica de uno de los cajones de su escritorio e hizo que chispeara.
Salí corriendo como alma que lleva el diablo de su estúpida oficina, claro que no sin antes sacarle el dedo del medio y recalcarle que caería en bancarrota sin mi.
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