3. El sótano

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Hasta que de pronto escuché la puerta cerrarse detrás de mi.

—¿Pero qué mierda?

No pude terminar de maldecir porque escuché a Elena gritando por uno de los pequeños orificios que habían en la puerta:

—¡Ilusa!—insultó—. ¡Odio las muñecas, eso es de viejas, odio tener niñera, y odio que me llamen ELY!—gritó a todo pulmón—. Ah, y por cierto el sótano solo se abre por afuera—rió aplaudiendo y la oí alejarse saltando.

Pequeña rata.

Intenté empujar la puerta, pero todos mis intentos eran nulos.

Aquel era mi fin.

Seguramente me despedirían, tendría una mala reputación, no me pagarían, no le gustaría a nadie, dejaría de estudiar, Jack se volvería heterosexual y yo viviría en las alcantarillas.

Pero eso era lo de menos, lo que más me importaba era que me iba a despedir de ese dinero que tanto necesitaba.

Bajé por las escaleras tragando saliva para ablandar mi garganta después de pedir ayuda a gritos.

Todo era oscuro, apenas podía ver mis manos, y me maldecía mil veces por no haberme dado cuenta que algo así podía pasar; los señores Campbell me lo advirtieron, pero quién pensaría que una niña tan inocente como aparentaba ser Elena podría encerrarme en un sótano lleno de humedad.

A unos cuantos metros de mi vi una pequeña ventana, corrí a abrirla pero un clavo se estancó en mi muñeca haciéndome gritar de dolor y maldecir entre dientes.

Limpié las gotas de sangre con mi boca y pude abrir la ventana, y algo de luz pudo entrar en ese sótano.

Me senté en el suelo resignada mientras jugaba con una pelota saltarina que encontré en una mesa vieja llena de polvo, me distraje viendo como rebotaba y el polvo se esparcía en el momento que chocaba con la superficie, seguramente mi ropa estaba manchada.

Vaya primer día de trabajo.

Una voz masculina me hizo salir de mi trance y subir corriendo las escaleras, aún con la muñeca palpitando, me acomodé en la puerta pegando mi oído para escuchar de quién se trataba, sin embargo apenas podía oír murmullos y zumbidos.

Pronto, la vieja y rechinante puerta se abrió de golpe, e impactó fuertemente con mi cabeza, haciendo que casi saliera volando.

—¿Qué mierda fue eso?—escuché que alguien decía por lo bajo.

—Lo siento, soy la niñera—indiqué mientras me paraba y sostenía mi frente con al mano.

—¡Qué estúpido soy!—exclamó con una voz algo odiosa bajando unos escalones para estar frente a mi.

Era alto, guapo, su cabello era color oro, su cuerpo esbelto y firme, era guapo, la luz que se filtraba me dejaba ver su perfecto bronceado, ¡Santa madre, que guapo era! Sus labios eran finos, pero carnosos a la vez y de un color tan deseable, ¿ya mencioné que era guapo?

—Dios, estas sangrando—susurró haciéndome espabilar mis pensamientos morbosos.

—Si... no... no es ... para tanto—ni siquiera podía formular una oración concreta.

Debió notar mi nerviosismo por que mostró una sonrisa ladeada.

—Ven, aquí abajo hay un botiquín de primeros auxilios—se enderezó y presionó el interruptor de luz, haciendo que un mísero foco iluminara toda esa horrible habitación.

Me abofeteé mentalmente por no haber notado que había electricidad en el sótano, me hubiera ahorrado la cortadura en mi muñeca.

—Soy Anne, por cierto—aclaré para romper el silencio entre nosotros, mientras él buscaba el botiquín.

Del Amor a la Fama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora