Cincuenta y dos

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Amelia estaba sentada en el jardín de la universidad, y hablaba animadamente por teléfono con Faith.

—¿De verdad tiene problemas mentales? —preguntó la asiática.

—No lo sé... es decir, Tom dijo que sí... pero en mi opinión, ella se veía... asombrada, no trastornada... ya sabes, hay una gran diferencia entre las dos cosas... —trató de explicar.

—Sí, te entiendo... deberías decirle a Tom que la inviten a cenar un día... así podrás conocerla mejor, y si es cierto que tiene algún problema... bueno, podrías ser su amiga, quizás se siente sola... es normal que a las personas diferentes se les aísle... quizás solo quiere compañía...

—Puede ser... le diré a Tom... —murmuró Amelia.

Faith le decía algo en respuesta, pero cuando vió al alto inglés de elegante vestir, aquel que era arrogante, pero distinguido, dejó de escuchar del todo las palabras de la muchacha.

—Lo siento, Faith... tengo que cortar, ¿hablamos más tarde? —preguntó ella.

—Claro, cariños...

—Cariños... —respondió.

Él venía en su dirección.

—¿Cuan buenos son tus reflejos? —habló casi a cinco pasos de distancia de ella.

Amelia no alcanzó ni a pensar en una respuesta, cuando vio cómo una manzana volaba en su dirección, una que él había sacado de un bolsillo en su abrigo.

La pelirroja la tomó por los aires, y aunque la dejó caer, su otra mano estaba centímetros más abajo, a la espera de la fruta.

—Te doy un seis... —dijo mientras sacaba otra manzana de su bolsillo y le daba una mordida.

—Me tomaste por sorpresa, estaba pensando en otra cosa... —respondió mirando el fruto—. Gracias.

—¿Puedo? —señaló el lugar disponible en junto a ella.

Amelia asintió.

—¿Problemas en casa? —cruzó sus piernas.

—Algo así... pero no quieres escucharlo, y yo tampoco quiero contarlo, ¿verdad? —expresó mientras lustraba la manzana en su sweater.

—La lavé antes de dártela, no es necesario que la limpies. —señaló él, eludiendo a su aseveración.

—Me gusta que brillen... ya sabes, me dan más ganas de comérmela...

—Claro... no me pasa, pero bueno, está bien, supongo...

Amelia sonrió un poco al escuchar su titubeo.

—¿Y qué tal tú?, ¿todo bien con las ecuaciones? —interrogó mirándolo.

—Sí, no he tenido grandes complicaciones... sigo avanzando en... nada, la verdad... aún no he fijado un fondo para mi próxima investigación, acabo de terminar mi último trabajo... y bueno, buscar un nuevo tema es complicado a veces. —explicó.

—Me imagino que sí... —susurró.

Benedict mordió otra vez su fruta.

—¿Y para qué era el problema que revisé? —murmuró Amelia.

—Ah, solo era el pasatiempo del día...

La dama lo observó indagadora.

—¿Has pensado sobre qué será tu proyecto para el próximo año? —preguntó él.

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