Prólogo.

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La noche estaba tenuemente iluminada por la pálida luna cuando Guillermo salió apresuradamente de su despacho en la universidad, llevando consigo un maletín de cuero negro. A sus 54 años de edad, aquel hombre mostraba un rostro de completa vejez, quizás por las innumerables noches que no había podido conciliar el sueño debido a extraños sonidos y una peculiar sensación de peligro físico.

Bajó por la calle del teatro en dirección a la comisaría de policía, varias veces se detuvo a mirar nerviosamente a su alrededor, como tratando de localizar a algún observador, y proseguía con su camino, a paso rápido, agitado, como si esperara que en cualquier momento, algo se le abalanzara sobre su espalda. Pronto llegó a un paso elevado sobre un riachuelo que atravesaba la ciudad, descendió por unas empinadas y sinuosas escaleras de hierro rojizo y oxidado por el paso de las décadas. Siguió el transcurso del río en dirección a la antigua estación de tren. A medio camino se detuvo a escasos metros de un pequeño puente de madera que conectaba las dos orillas del río. Atento y atemorizado, trató de localizar de donde provenía ese ligero chapoteo que lo incomodaba desde que caminaba junto a la orilla.

Se acercó al puente y al avanzar un pie sobre el mismo, le pareció escuchar un sonido acuoso y amortiguado, agudizó el oído y entre los gorgoteos de los sapos y el zumbido de los insectos percibió nuevamente una especie de goteo extraño. Enfocó su mirada en el puente y lo examinó cuidadosamente. No tardó mucho en percatarse de que una extraña figura, negra como los abismos de la noche, estaba posada en la barandilla a su derecha. Esta criatura se dejó caer con hastío sobre el puente y se arrastró con timidez hasta el centro del paso, dejando un rastro de agua putrefacta y fétida. Guillermo retrocedió asustado, se esforzó en pensar que se trataba de algún gato callejero pero, la extraña silueta amorfa y tambaleante que lo observaba desde la barandilla, poco tenía de felino. Tratando de mantener la calma, se enderezó y abrió su maletín, extrajo un frasco lleno de un líquido azulado y espeso, quitó el corcho que lo cerraba y dejó caer el espeso líquido sobre su mano izquierda, con la diestra impregnó su dedo índice. Con pulso firme trazó sobre su frente un símbolo antiguo que recordaba a una estrella de cinco puntas con un ojo en su interior. Guardó el frasco, que aún contenía la mitad del fluido y alzó sus manos al frente, con una voz temblorosa y grave, comenzó a entonar un conjuro mientras se acercaba al extraño ser.

-Dei antiqui quid super Kadath regent. Ego rogó mea precatio. Protegere meum corpus. Protegere mea anima. Quid vester potentatus iuvo in obscura hora.- En ese momento extendió sus manos y flexiono sus dedos anular y meñique de la mano izquierda- Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris.-

Ahora fué su mano derecha con la que dobló sus dedos anular y corazón, al mismo tiempo que el símbolo en su frente comenzaba a brillar con un aura azulada y tenue. avanzó lentamente hacia aquella monstruosidad y mientras, esta se retorcía y convulsionaba al mismo tiempo que tomaba la forma de una especie de esfera de la que salían tentáculos negros, dotados de unas bocas pequeñas y babeantes que se contraían y abrían con la más pura malignidad. Guillermo concentró su energía en las manos y proyectó desde estas un escudo circular del mismo color que el símbolo de su frente. Con este aura de protección comenzó a pasar junto al ser del suelo, mientras este lanzaba sus tentáculos hacia el pobre hombre, y eran detenidos por el escudo de energía. En ese momento tuvo que detenerse, los golpes de la criatura le hicieron retroceder hasta la barandilla de metal, y se percató de que detrás de él, dentro de las oscuras aguas, había un sin número de formas negras que se acercaban a toda velocidad hacia el puente.

El pánico lo inundó, mientras forcejeaba con la bestia que lo retenía, comenzó a sentir un miedo terrible y sus fuerzas le empezaron a flaquear, mientras la horda de criaturas estaban ya a punto lanzarse sobre él. En un momento de locura esperó con todas sus fuerzas a que los seres saltaran a su espalda, justo en ese momento cesó los gestos de sus manos, deshaciendo así el escudo, y con un salto logró zafarse de las fauces de su adversario, al mismo tiempo que decenas de esas criaturas se golpeaban estrepitosamente contra el puente y quedaban aturdidas. Guillermo comenzó a correr a toda prisa mientras buscaba en su maletín, que colgaba de una anilla en su cinturón, una bolsita con unos polvos que arrojó sobre el borde del puente. cuando los seres comenzaron a seguirlo en una estampida demoníaca y vertiginosa, se vieron obligados a sortear el montón de extraño polvo que por alguna fuerza ignota, les cerraba el paso.

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⏰ Última actualización: Apr 26, 2020 ⏰

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