Capítulo 2

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Esa mañana estaba pésimamente soleada, odiaba el sol con cada hueso en mi cuerpo, lo sentía tan arrasador en mi piel cada vez que me decidía salir, me quemaba y hacía arder mis ojos de tal manera que no me quedaba de otra que usar lentes oscuros, y Dios sabe cuánto odio los lentes oscuros. Odiaba muchas cosas siendo sincera, odiaba cuando debía acudir al banco, odiaba cuando debía pagar los impuestos, odiaba a las personas que no se movían en los asientos del bus para poder sentarme junto a ellos y no ir de pie todo el bendito viaje, odiaba la irresponsabilidad, odiaba la impuntualidad, odiaba la arena cuando se pegaba a mi piel como una segunda capa, ¡rayos! Odiaba también el mar y la comida con muy mala presentación en mi plato, y el sonido de otros al masticar, ah y casi lo olvido; odiaba cuando las personas no saben permanecer en silencio.

Sí, tal vez odiaba demasiadas cosas para ser verdad, o, por lo menos, que sea meramente soportable, pero no podía cambiar los hechos cuando estaba caminando por una calle levemente aterrada de personas corriendo, hablando, comiendo, haciendo quien sabe Dios que cosas, no podía con el mundo exterior, y la señora que estaba al frente mío, una vez llegue a la ventanilla de la cafetería, lo sabía; puse mi mejor sonrisa y siendo lo más amable posible le brinde un "Buenos Días" seguido de mi pedido, esta solo me dio su espalda una vez terminé de hablar para ir en busca de mi preciado café mocha. Cuando salí de allí, no sin antes agradecer con una cara de por favor matenme, me dirigí enseguida al consultorio de mi psicóloga, llevaba 10 minutos tarde, como siempre.

- ¿Y? ¿Cómo has estado? –

-La misma mierda de siempre pero diferente día. – Estaba yo sentada en el pequeño sillón individual que tenía Jasmín, mi psicóloga, en su oficina, al final llegué 30 minutos tarde a la cita, por lo cual, ella me brindó uno de sus encantadores sermones de poner de mi parte para salir de esta lo más rápido posible. Obvio que lo sabía, tener cuadros de psicosis maniacodepresiva no siempre era bueno.

- Sabes a lo que me refiero, ¿algo que te agobie últimamente? ¿Algo que quieras contar o hablar? –

Lo pensé durante lo que pareció un año entero, hasta que por fin me di por vencida y le conté. -He estado pensando en cuán dañinos podemos ser a veces, en realidad somos dañinos... los seres humanos no sabemos permanecer, por mucho tiempo pensé que los seres humanos no sabemos amar, pero sí sabemos, aunque no sabemos permanecer, porque en ocasiones amamos tan intensamente que duele, amamos con tal sinceridad que no notamos cuando estamos masacrando los sentimientos de los demás porque estamos muy ocupados pensando en "te amo tanto que no es posible" y suena ilógico, pero eso sucede, y la prueba más cercana que he visto es mi propio caso.

- ¿Te refieres a alguien en especial? - Por supuesto que me refería a alguien en especial y ella lo sabía, pero como siempre termine asintiendo. – ¿Es alguien del cual has hablado en otras sesiones? -

¿Había hablado de ella anteriormente? – No lo sé en realidad. No logro recordar. – Me esforcé en recordar algo, el más mínimo detalle que me pudiera conducir al momento que haya hablado de ella con Jasmín, pero no había nada.

-No te sobre esfuerces, tal vez ni siquiera hayas mencionado a esa persona aquí nunca en tu vida, no hay porqué estresarse. Sin embargo, ¿ha habido algún cambio en tu vida desde la semana pasada? ¿Algo que te podría mantener triste o pensativa? -

Odiaba que terminara sus oraciones siempre con una pregunta, como si necesitara meterse debajo de mi piel y llegar a mi cerebro para destruirme paso a paso. – No. –

Pero obviamente eso fue una total mentira, porque cuando llegué a casa sintiéndome culpable de haberme ido una hora antes de que mi sesión con Jasmín terminase, me encontré revisando mi celular por séptima vez en menos de cinco minutos. Me obligué a dejarlo de lado mientras recalentaba los espaguetis del día anterior en el microondas, no obstante, una vez terminé de comer volví mi vista hacia la pantalla de mi celular; ese chat que antes pulsaba mil y un veces ahora es el último en mi lista de conversaciones, lo abro solo porque soy tan masoquista que debo recordarme el profundo dolor que me genera su silencio, reviso cuando fue la última vez que tuvimos una conversación decente pero tan siquiera la conservo... lo único que encuentro son cortas frases y respuestas monosilábicas que me recuerdan el poco sentido de amistad que manteníamos y yo, que con tal añoranza, cuidaba.

Ahora sé que todo fue un proceso, y que no debería ser tan dramática como lo pienso, pero ¡demonios! Ahí están los recuerdos de nuestra amistad tan viva y fugaz que me produce querer retroceder en el tiempo y permanecer solo unos minutos más a su lado, bromeando tontamente y siendo tan caprichosa como nunca lo fui y él ignorando ese aspecto porque, creo yo, era una de las cosas que le gustaba de mí, porque de esa manera era yo y por tal motivo él llegó a ser mi amigo.

Pero no necesitó más que unos cuantos meses para alejarse tanto de mí, que llegó un momento en el que no necesitamos despedirnos para saber que ya no éramos amigos, pasé tantos difíciles momentos a su lado, que me llegue a confundir y pensé que iba a estar a mi lado por un buen rato, pero tal parece que ese buen rato llegó a su fin.

Así que, borré el chat, me levanté de ese estropeado sillón y solo me obligué a dar un paso delante del otro, para seguir con mi monótona vida, en mi rutinario andar.

Algunas cosas que quise decir pero nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora