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CAPÍTULO
TREINTA

— ¿Cómo te sientes? —la voz de su hermano menor la devolvió a la vida de un solo golpe. Naruto le examinaba angustiado. Sus ojos de océano le observaban con cuidado y angustia.

La boca ya no le sabía a sangre, pero el dolor en su cabeza no desaparecía en absoluto. Abrumada, trató de ponerse de pie, pero acabó siendo rodeada por los brazos de su protector, quien se apresuró en atraparle evitándole una caída.

— ¿Estás bien? —el peliplata le tomó el pulso, sintiéndolo particularmente débil. No demasiado—. Necesitas reposar un poco.

— Estoy bien —la rubia se encargó de dibujar una sonrisa en su pálido rostro, tratando de darle poder y verdad a sus propias palabras. El piso se sentía tembloroso o tal vez eran sus extremidades que continuaban inestables. ¿Por qué se sentía de tal modo? Los oídos le chillaban—. ¿Qué salió mal?

—  ¡Deberíamosa casa ahora mismo! —clamó el mellizo Uzumaki, atrayendo la atención de su padre—. Eso es lo que pienso de esto. ¡De esta estupidez!

— Naruto —el líder de la aldea verde se aproximó a sus hijos. Sujetó del hombro al jovencito frente a él y exhaló—. Madara puede ayudar a tu hermana.

— ¿Ayudarla? —soltó una cuantas carcajadas, rodeando su estómago con dramatismo e ironía—. Menuda mierda. Ese hombre está loco, papá. ¿Es que no escuchaste lo que dijo? Que ya se había encontrado antes con mi hermana o una basura por el estilo.

— ¿Qué quisiste decir con eso, Madara? —el primer líder miró al legendario Uchiha, quien era vigilado por el hombre serpiente y el menor de los Senju.

— Tonterías como siempre —murmuró Tobirama, negando con la cabeza—. Siempre lo supe. Que venir aquí sería una pérdida de tiempo. No entiendo cómo logré convencerme de que esto sería la solución. Tú no vas a ayudarnos de ningún modo, ¿verdad que no, Madara?

El Uchiha exhaló, saboreando las palabras de su propios labios. Tiró de una media sonrisa y volvió su atención a la rubia. Vio, entonces, a Phoenix Uzumaki observarle. Aquellos eléctricos ojos azules se encontraron con los suyos. Tan potentes, inhumanos y cálidos. Su mirada era hermosa. Causaba curiosidad e intriga.

— Estás tan hermosa como la última vez que te vi —ignorando por completo a los hombres a su lado, Madara se dirigió directamente a la débil muchacha.

— ¿Puedes dejar de decir tonterías por el estilo? —inquirió el joven Senju, apretando sus puños—. Comienzo a cabrearme.

— Si quieres que confiemos en ti, debes ser sincero con nosotros, Madara —dijo Hashirama, tratando de mantener la calma—. No estoy entendiendo nada.

— Claramente fuimos atraídos hasta la cueva del león, ¿es que no lo ven? —añadió Orochimaru, sonriendo ampliamente, casi con morbosidad. Como si estuviese sintiendo gran placer por la situación que lo rodeaba—. Me atrevo a decir que Madara Uchiha nos atrajo hasta su recóndita guarida con un propósito en específico y no exactamente por ayudarnos con la situación de la hija de Minato. ¿O me equivoco, Madara-sama?

— No quiero pelear contra ti una vez más —refunfuñó Hashirama, enarcando una ceja cuestionante—. Perderé la paciencia, Madara. Dinos qué sucede. Lo que el hombre serpiente dice no tiene gota de sentido.

— Nos marcharemos de inmediato —jodidamente irritado, Tobirama caminó hasta su amada y le sujetó cariñoso del brazo—. Vamos a casa. Nunca debimos venir hasta acá. Te prometo que buscaré por mí mismo una solución para permanecer junto a ustedes.

tempus . tobirama senjuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora