46 Un trabajo nuevo

16 1 0
                                    

A la mañana siguiente me desperté. Me di cuenta que no había echado la persiana y el sol de la mañana me despertó. Me fui al baño en calzoncillos, estaba a punto de reventar. Estaba cerrado.

-¡Está ocupado! ¡Sonó desde la habitación de Lucía! No la vi, pero hacía frío y no me parecía bien que me viera así. Volví rápidamente a mi habitación a vestirme.

Subía Laura y me vio de refilón.

-Vete al baño de abajo! Sugirió.

Me vestí. Es una costumbre que tenemos en mi casa. Sé de personas que se quedan todo el día en pijama andando por la casa. Mis padres sólo me lo permitían si estaba enfermo o me iba a la cama.

-Carlos siempre tarda mucho! Informó Laura.

-Se estará haciendo una gayola! Dije sin pensarlo. Inmediatamente me arrepentí.

-Perdón. No quería decir eso. Lo siento, Laura.

Ella se rio.

-Eso le ha dicho Lucía muchas veces.

Vaya, Lucía como siempre. Sin cortarse ni un pelo. Dónde estaban esas señoritas tan refinadas de las que me hablaban mis padres.

Lucía estaba con su tablet y nos saludó desde su cama cuando pasamos delante de su puerta abierta. Nos dispusimos a desayunar.

-Papá te ha dejado una nota en la mesa. Quiere que lo hagas por la mañana. ¡Tienes que enviarle un mensaje diciendo que has salido a repartir los sobres que te ha dejado! ¡Está todo dentro de este sobre cerrado!

Laura volvió con una mochila y me la dio.

-Ayer antes de acostarme me ha dicho que como hay unos cuantos, te dé algo para llevarlo. Que seas discreto. Hay sobres con dinero, nadie sospechará de ti con una mochila gastada y cara de madrileño que se mueve por el metro.

-Sobres con dinero? Asintió.

Sí, quizás tenía razón. Nadie lleva dinero en la mochila a mi edad. Hay que estar un poco loco.

Revisé la lista y los sobres con los nombres. Estaban sin cerrar. Esto parecía increíble, estaba tentado por un momento en quedarme todo el dinero. Había miles de Euros en los sobres, no sé cuánto había.

Tenía que ir a visitar a un agente de aduana. Qué coño era eso. Estuve pensando un largo rato.

Esto tendría que ser dinero de soborno para la aduana, para que dejara pasar las mercancías. Así podría introducir lo que sea en el país. Ahora entendía todo. Así conseguía pasar todo lo que compraba en el extranjero sin pagar impuestos. Ahora me explicaba una casa así.

Me senté un momento en el despacho para pensar.

Me tomé mi tiempo. Dejé las bufandas encima de la mesa. Saqué mi tarjeta del teléfono que me había regalado. Se lo dejé encima de la bufanda. Busqué la caja del teléfono y lo agregué. Dejé todos los sobres y la mochila sobre la mesa. Me despedí de mis hermanos y me fui para la puerta. Cerré y decidí que era el momento de olvidarme de mi padre y mis hermanos.

Si me beneficiaba de lo que estaba robando, sabiendo lo que estaba haciendo no era mejor que ellos. No quería tener nada que ver con esa gente que robaba. A los ladrones se les coge siempre, tarde o temprano. Yo no quería nada que fuera mío. Bueno, sí había robado antes, pero no a esa escala. No pretendía tener problemas con la aduana, sonaba muy fuerte.

Mientras anduve para parada del metro, recordé cuando mi hermano robó algo en la tienda en la avenida Carlos III y se enteró mi padre. Toni dijo que fue él solito, pero iba con él y aunque no supe lo que hizo, cobré también; mi padre dijo que por si acaso.

Quizás si la policía lo arrestaba, me arrestaba a mí también. No iba a cometer ese error. Estaba decepcionado. Me había hecho ilusiones. Era un gilipolla. Mi tía tenía razón, era mala persona.

Unos minutos más tarde apareció Carlos en el andén del metro. No llevaba ni chaqueta. Su salida había sido precipitada y aún estaba jadeando. Como no podía hablar y yo me despedía de él. Se metió en el vagón conmigo poco antes que emprendiera la marcha el metro.

-¿Qué coño te está pasando, joder? Dijo desconcertado mientras se atusaba el pelo.

-Nada. No quiero saber nada de la movida esa. No quiero participar en esa cosa de pagar sobornos.

Carlos me pidió explicaciones. Fingía estar desconcertado.

-No quiero pagar a los agentes de aduanas sobornos para que pase la mercancía.

-A un agente de aduanas se le soborna. ¿Desde cuándo?

-¡No lo sé, ni me interesa! Contesté enfadado. Estaba poniéndome nervioso y miraba cuándo estaba la siguiente parada para dejarle en el vagón.

-Tú no tienes ni puta idea de lo que es un agente de aduana, verdad?

-Ni me importa! Le dije con vehemencia.

-Un agente de aduanas, despacha la mercancía ante la aduana. Te representa y hace todos los trámites. Es como si fueras tú. No se le puede sobornar ni pollas. Es como si te sobornaras a ti mismo.

-Y toda la pasta. Me vas a decir que un tío recibe mil Euros por despachar. ¡Ni que fuera un notario! Contesté, porque lo tenía claro, no me iba a engañar tan fácilmente. Era lógico que quisiera ocultar lo que hacía nuestro padre.

-Son los impuestos que pagas por meter la mercancía en España! Se llama IVA. ¿Te suena? ¡Es lo que ha pagado antes que nada! Y hay que abonárselo a él.

Me explicó todos los detalles. El hacía habitualmente todas esas cosas, pero me lo había asignado a mí, para que aprendiera y le sustituyera por si algún día fuese agente de aduana como mi padre. Aunque no ejercía él mismo, alquilaba su título. Ayer le había entregado las facturas y ahora tenía que pagar el dinero de los impuestos que correspondían.

Tierra trágame. Nos bajamos varias paradas y nos volvimos a subir en la dirección contraria. De camino a casa me llamó subnormal e idiota. Me enseñó en el móvil lo que hacía un agente de aduana y cómo funcionaba todo. Me mostró dónde encontrar a cada uno de la lista en internet. Me estaba sonrojando y me quería morir de vergüenza. Carlos me dio un pequeño cocotazo después de pedirle disculpas. Me lo merecía, menuda cagada.

Mis hermanas, me ayudaron para que no se enterase ni mi padre ni Sofía. Me podía caer una buena si al segundo día ya fallaba o desconfiaba de él.

Antes de la cena estuvimos hablando Laura y yo.

-¿Y cómo es nuestro padre con estas cosas?

-¡Si tienes un problema de esos y se lo cuentas a Papá, entonces tienes dos! ¡Mejor que no se entere!

Al parecer la aduana trabaja todos los días laborales. Menudo lote de reparto me pegué toda la semana. Estaba de facturas, certificados de origen, certificados fitosanitarios y unas docenas de papeles que me salían por las orejas. Ya me conocía la oficina de varios agentes en Madrid. Comer con mi nueva familia era un gasto que no tenía. Me ofrecí varias veces a Sofía para recoger la cocina, limpiar lo que fuera. Ella encantada me asignaba tareas como limpiar una lámpara de araña, pintar un pasillo. Cuando me vio planchar me pidió que lo dejara para la asistenta. Una putada, pensé que planchaba bien. Hasta que vi a la asistenta un día y le quise demostrar que sabía.

-Niño, eso no se hace así. Los pantalones se planchan de otra manera. Es que sino no sale la raya en condiciones.

Es frustrante, cuando lo intentas con todas las buenas intenciones y no sale.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 26, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La fierecilla domada por Adri 1 y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora