22. Le salvaste la vida

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Tom.

¿Ubican esa sensación de recostarse en su camita en una de noche de frío y cubrirse con colchas estando felices y sintiéndose seguros y calentito? Así me sentía yo después de por fin haber besado a Anne.

Sentir la suave piel de sus mejillas en mis manos y la forma en que sus finos labios se movían con nerviosismo siguiendo el ritmo de los míos me mantuvieron la noche entera sonriendo. Fue un beso suave, no salvaje y sin sentimiento como los que solía dar; aquel tuvo una «chispa» que me embriagó de la manera en que se describen en varios libros, ese fuego que hace que te de ganas de pasarte la eternidad pegado a los labios del otro.

Esa mañana me levanté con muchos ánimos; aún era muy temprano y seguro los demás seguían durmiendo. Para matar el tiempo, decidí preparar el desayuno, y como la despensa de la casa estaba vacía, tuve que caminar hasta la tienda del final de la calle en pijamas para comprar los ingredientes.

Haría lo único que había aprendido a cocinar en toda mi vida; omelette.

En un tazón hondo, rompí unos cuantos huevos, los batí con un tenedor hasta que duplicaron su volumen, agregué los champiñones, pimiento amarillo y albahaca fresca que había picado previamente junto con sal y pimienta dulce. Mientras se cocinaba, exprimí los pomelos que habíamos sacado del árbol que había en el patio y puse la jarra en el centro de la mesa, junto a un bonito florero con jazmines.

Me paré en el centro y vi lo pulcro y limpio que había sido en todo. ¿Qué mierda me había pasado?

Ya parecía de esos hombres enamorados que bailaban en todas partes y le llevaban flores a sus esposas.

—¿Qué estás haciendo?

—¡Cat!—saludé. Mi primita estaba parada en medio de la cocina y la sala con un pijama de calaveras y una cara de confusión.

—¿Ordenaste el desayuno?—refregó sus párpados con el dorso de su mano y se sentó en la barra.

—No. Lo hice yo.

—Vamos, Tom. No quiero morir de intoxicación.

Le lancé un trozo de cáscara de huevo y rió.

—¿Por qué tanta alegría, primito?—preguntó con ironía adrede.

—Estoy normal—mentí.

—¿Seguro?

—Seguro.

Sonrió de lado y me lanzó una mirada pícara.

—Como sea. ¿Sabes? La fogata de anoche estuvo genial.

Me senté frente a ella.

—Si, estuvo bien.

—También cuando te quedaste con Anne.

—Así es.

—¿Besa bien?

—De enc... ¡¿Qué?!

—Que si besa bien.

—¡¿Nos estabas espiando?!

Abrió sus ojos a más no poder y tragó grueso.

Negó rápidamente.

—Solo me le levante por un vaso de agua y los vi compartiendo ADN.

Estaba por recriminarle cuando Bob, Matt y Elena entraron a la cocina.

—No les digas nada—susurré entre dientes.

—Te va a costar caro, Tom—respondió de igual forma.

—Te va a costar caro, Tom—respondió de igual forma

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Del Amor a la Fama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora