28. Probando nuevos sabores

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Tom.

Giré lentamente, sintiéndome más cómodo que nunca. Pasé mi brazo sobre la increíblemente suave y tibia almohada a mi lado, era tan cómoda que se acoplaba a mi efigie y tomaba mi mano entre las suyas.

¿Una almohada que se acopla a mi efigie? ¿Toma mi mano entre las suyas?

Abrí mis ojos lentamente y una sonrisa ocupó mi rostro.

A un lado mío estaba Anne, con la boca ligeramente abierta y con el ceño fruncido. Tenía la cobija ceñida a su cuerpo, acurrucándose contra ella.

Antes de que perdiera procesar lo que estaba haciendo, mis labios comenzaron a presionar suaves besos por todo su rostro, en su nariz, párpados, barbilla, frente, labios. Posé mi nariz sobre la suya sin hacer presión, moviéndola de un lado a otra suavemente.

Era una sensación inefable, algo muy cálido afloraba mi pecho y hacía que me dieran ganas de abrazarla y quedarme con ella pegada a mi por toda la eternidad.

Seguí repartiendo besos por su rostro hasta que Anne comenzó a moverse.

—Juro que te arrancaré la cabeza si metiste a ese perro a la casa otra vez, Jack—balbuceó todavía dormida girando, haciendo que su espalda se pegara a mi.

Seguí viendo un momento más toda su anatomía, parecía una flor delicada, pero era todo lo contrario cuando estaba en todos sus sentidos.

Y eso me encantaba.

—Hmm—gimió abriendo poco a poco los ojos.

Me apoyé en un codo para verla mejor.

—¡¿Tom?!—se sentó rápidamente y se llevó ambas manos a la frente con una mueca de disgusto—. ¡Ay maldita sea! ¿Cuánto tomamos anoche?

Solté una carcajada llevándome un gruñido por parte suya.

—¡Shh! La cabeza va a explotarme—se tapó la cabeza con una almohada—. Siento que un toro está golpeando mis parietales con sus cuernos.

—Con una aspirina estarás bien.

—¿Cómo es que estás tan malditamente radiante?—murmuró aún cubierta por la almohada.

—Te acostumbras con el tiempo—me encogí de hombros riendo.

Era realmente divertido ver a Anne así, quejándose como una niña pequeña.

Me senté en la cama aún con la vista puesta en ella. Y ahí fue cuando noté que traía ropa más ajustada que la que usaba y olía extrañamente a perfume frutal.

—¿Esta es la ropa de Jack?

—Si—respondió—. Por cierto, eres un incordio cuando estás ebrio.

Reí ante su confesión y ella quitó la almohada de su rostro, dejándome ver como, sus ojos algo hinchados, se acostumbraban a la luz.

—Debe ser un placer divino—las apalabras salieron de mi boca antes que las procesara.

Anne me miró sorprendida.

—¿Qué?—inquirió analizándome con esos ojos acaramelados.

—El despertar todos los días contigo a mi lado.

Esperaba una sonrisa, o tal vez un mísero agradecimiento de parte suya, en cambio, se tapó el rostro con las manos y bufó.

Anne siendo Anne.

—Ay, Dios del cielo—murmuró—, ¿tienes alguna idea de lo molesto que es tener una resaca y sentirse nerviosa? Eres tan cursi.

Reí encantado.

Del Amor a la Fama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora