Vivía la vida alocadamente y sin mayores preocupaciones. Nunca le importó tomar mayores medidas de seguridad ni tampoco prevenir alguna situación. Por eso, cuando enfermó, se lo tomó también como estaba acostumbrado, sin tomarle el peso a la situación. A medida que pasaron los días y su condición fue empeorando, tan solo comenzó a tomarse las cosas con un poco más de calma, pero no cambió su forma de ser y actuar ni con su familia ni amigos hasta que debió ser hospitalizado, pues su estado comenzaba a jugarle en contra a lo que deseaba. Apenas se movía y terminaba completamente ahogado. Pese al esfuerzo clínico, falleció poco después. Nadie pudo despedirlo, su familia y amigos, con quienes había compartido mientras se encontraba enfermo, habían fallecido incluso antes que él, contagiados por su irresponsable forma de ser.