EL DESPACHO MUNICIPAL

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Suena el teléfono insistentemente, el sonido de estos aparatos analógicos me taladra la cabeza como una gotera en el tejado. He intentado superar esa sensación pero realmente me sobrepasa. No entiendo cómo es que una persona que se supone debe atender la llamada, está muy ocupada recomendando a su compañera, al otro lado del cubículo, el maravilloso champú que ha cogido en la canasta de ofertas del supermercado.

Mientras el tiempo transcurre, al otro lado de la bocina está Kenia intentando colar un espacio en la agenda del nuevo alcalde. El cobro de los favores políticos de una campaña de cuatro años, bajo el sol infernal de aquel pueblo, había apenas comenzado.

Hacia las diez de la mañana, entra confiadamente un hombre robusto al recinto. Ya era común verle, solía reunirse con los secretarios municipales de turno, especialmente en eventos y agasajos privados. Un espaldarazo al vigilante y una frase de cajón con la que ruborizaba frecuentemente a la asistente del despacho, bastaban para llamar la atención. Augusto no sólo presumía tener muchos amigos, sino que, por su talla, consideraba que nunca pasaba desapercibido en ninguna parte y que esto le daba un cierto sex appeal con las mujeres.

-Cuéntame muñeca, ¿el ‘Doc’ está en la oficina? –La chica levanta la mirada y rápidamente empieza a oprimir el botón izquierdo del mouse, una y otra vez, para activar la pantalla de su ordenador que después de 30 minutos de inactividad se había bloqueado.

- Eh… Está en una reunioncita, pero déjame llamarle por el interno, a ver si puede atenderte Tuto.

-Vale. -Murmuró entre dientes. –Dile que ya le tengo bien planteadas las 3 razones que me pidió para ejecutar el proyecto de las escuelas. -La asistente sonríe, dejando entrever su complicidad.

Recientemente se había abierto la convocatoria pública para que las empresas locales participaran haciendo su mejor oferta para la construcción de comedores escolares. No estaba siendo una buena racha para Augusto. Desde la administración anterior, en cuatro años sólo había logrado quedarse con dos proyectos. De los cuales, después de costear los intermediarios y asumir el precio de todas las tretas para pagar menos impuestos, quedaba con poco menos que el capital invertido. El juego con el sector público se había convertido en un auténtico epicentro de apuestas, más seductor que cualquier casino o tragaperras en Las Vegas. Y como cabría esperar de un aficionado ludópata, no estaría dispuesto a retirarse hasta no ganar varias partidas.

En principio, Kenia no se sentía muy gusto con las decisiones de su esposo. De hecho, los primeros aportes a las campañas se resumían en la atención de incalculables visitas a sectores en situación de pobreza, en los que realizaba consultas y procedimientos odontológicos a decenas de pacientes, en nombre del candidato. No obstante, tras varios intentos fallidos de soborno para convencer al alcalde de la asignación del proyecto escolar –esta vez habiendo duplicado la oferta, de 1.5 a 3 millones- Kenia decidió escalar a un nivel más alto.

Era muy tarde, hacia la medianoche. Pero en la política no existe la inoportunidad ni siquiera  en las manecillas del reloj. Había un candidato que resonaba con fuerza a nivel regional. Su apellido era reconocido en el linaje político: Armando Mejía. Su primer contacto con Kenia fue alrededor de 12 años atrás, mientras se desempeñaba como Directora del Observatorio de Salud en Marverde, el pueblo donde se instaló tras la separación de sus padres. Kenia acordó reunirse en el despacho de su casa. Se extendieron durante casi 2 horas para hablar sobre el cine, el calentamiento global, los curiosos casos de pacientes con pie de elefante en la India y hasta la desatinada elección de la chica para la portada de la revista Fama, pues eran clarísimos los retoques de las estrías con Photoshop.

La excesiva formalidad de Kenia se había extendido en demasía. Su falta de asertividad le pasaba factura constantemente. Por lo que, en medio de la justificada pesadumbre de sus párpados en plena madrugada y sacudida por la necesidad de estar del lado correcto, el de los ganadores, manifestó a su amigo, la intención de apoyarle en las próximas elecciones, desestimando los costos emocionales que supondría tal decisión.

Kenia estaba segura de que Mejía pintaba bien para los comicios de aquel año. Poco importaba la razón. Si bien su esquema de un mundo justo coincidió con el suyo hace doce años, de este ideal sólo quedaban migajas. Era hasta cierto punto comprensible. La vida que había elegido recorrer no era precisamente un reflejo de justicia y, después de todo, el bientencionado deseo de la joven madre no era otro que el de asegurar un nivel de subsistencia mediamente cómodo para sus hijos. Aquel nivel con el que había soñado ad portas de la universidad, aunque esto implicara seguir despertando indefinidamente al lado de un enemigo. Era, también, una forma de sentir que al menos en una milésima dimensión de su vida, Augusto y ella jugaban en el mismo bando.

DEL APEGO Y MIL ABSURDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora