Porque no podía dejar de mirarte.

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Amelia estaba perdida. Lo sabía. No creía posible ver más guapa a Luisita de lo que siempre la veía, pero lo estaba. Era un hecho totalmente objetivo...o quizás no, no sabía. Pero verla ahí colocando libros, con ese pelo precioso y esa falda que llevaba...no estaba segura de cuánto iba a poder aguantarse las ganas.

Lo había hablado la noche anterior con Marina (si no fuera por Marina...) la tarde de ayer se le hizo muy difícil. Luisita estaba encantadora y preciosa y ella casi mete la pata hasta el fondo en dos ocasiones por culpa de las malas pasadas que le estaba jugando su mente. Realmente, hubo dos momentos en los que soñó despierta que Luisita le daba el pie para hacer con ella lo que Amelia tanto (muchísimo, infinitamente) deseaba, pero no fueron más que eso...sueños ¡pero qué sueños!

Casi peor que lo que su mente creó con solo mirarla fue el hecho, en sí, de observarla. La deseaba, siempre lo había hecho, pero el hecho de tenerla cerca y a solas y no poder casi ni tocarla la iba a volver loca de atar. Ayer saltó del sitio al sentir la mano de Luisita rozarle la espalda y después el hombro, no quería ni mirarla porque supo, en ese momento, que si lo hacía perdería el poco juicio que le quedaba.

Y así llegamos a este momento, en el que las ganas de Amelia, lejos de evaporarse, han crecido más que ayer y está segura de que mañana será aún peor. Las yemas de los dedos le hormigueaban de solo pensar en el tacto de la piel de Luisita. "Por favor, Amelia, respira hondo y tranquilízate". No paraba de repetírselo, una y otra vez, desde que había llegado a la librería y la había visto sonreírle para darle los buenos días. Estaba segura de que deberían hacer una ley específica para que, Luisita Gómez Sanabria, dejase de ponerse faldas, porque estaba segura de que sería la causa directa de su muerte prematura.

La librería estaba bastante avanzada, habían trabajado mucho para que así fuera y llevaban toda la mañana colocando libros en las estanterías. Amelia se había confundido un total de diez veces, si las había contado bien, en las cuentas y otras tantas a la hora de poner los libros según el autor "ya no sabes ni leer, Amelia" se abroncaba para sí. Pero con Luisita tan sonriente no había forma de concentrarse lo más mínimo.

- Amelia, ¿ por qué no cerramos y nos vamos a comer tranquilas? Estás agotada, se te nota que no estás centrada ya – dijo Luisita.

- No, no, yo me quedo, ve tú y come con tus padres, anda. Estoy bien, de verdad – "y seguro que sin esos ojazos mirándome podré hacer algo bien hoy" pensó.

- Pero, vamos a ver Amelia – dijo la rubia sonriendo – si no das pie con bola, mujer, necesitas descansar. No quiero que te pongas mala – y un destello de dolor por un recuerdo del pasado se instaló en sus grandes ojos castaños.

Amelia lo notó, pero no quiso entrar ahí.

- De verdad Luisita, que estoy bien. Te prometo que, si me encuentro mal, no dudaré en irme a casa a descansar – le dijo convencida.

- Vale, te creo – susurró la rubia e intentó esconder una sonrisa mirando al suelo – pero creo que no hacemos nada aquí a estas horas, nos vendría bien un descanso...a las dos.

- Pero y si llega algún pedido, como el que esperamos de la asociación de Barcelona, que no, que no, además que tenía que llegar hoy.

Luisita miró su reloj. Era raro que no hubiese llegado ya.

- Sí, pero ¿a qué hora? Estaba aquí apuntado – dijo apuntando a la agenda que compartían.

- Mira – dijo leyendo lo que habían apuntado en aquellos papeles - de 12 a 12.30, ya va tarde, calle Modesto Lafuente, número 52...no sé.

La cara de Luisita se transformó en horror cuando escuchó aquel número.

- Amelia, es que esa no es la dirección de aquí.

Porque no podía dejar de mirarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora