Todo fue muy rápido. Tal vez un segundo, tal vez cinco, o quizás toda la vida, quién sabe.
Ansiaba ese olor a primavera, un olor a montaña que le recordaba los frescos pinos que daban refugio a quien estuviese exhausto, que te salvaba de morir abrasado bajo el sol que contrarrestaba el frío que se negaba a separarse del invierno.
También pudo ser el calor que destilaba su interior cada vez que andaba cerca y que le acogía cada vez que tocaba su fría mano. Una mano de hielo que se agrietaba poco a poco, dejando un paso de escarcha con su mirada.
Aquel frío luchaba perdía poco a poco la batalla y se desvanecía lentamente, siendo recordado para siempre, hasta que se volviesen a encontrar.
No podía evitar mirar a sus magnéticos ojos, que le suplicaban que no apartasen la vista, pero debía hacerlo, ese olor ya era suficiente.
En realidad no creo que ese frío se vaya a ir nunca, aunque el pedazo de frío de su corazón siempre permanecía ahí para atacar. Es imposible pelar contra tal ventisca y tus propios sentimientos a la vez. No es algo difícil, sencillamente es imposible.
El tiempo siempre pasaba más lento cuando estaba a su lado, a pocos metros.
Todo fue muy rápido. Tal vez un segundo, tal vez cinco, o quizás toda la vida, quién sabe.
Era mejor permanecer inmóvil, más seguro, y así fue. Esos labios se acercaban a los suyos, cortantes, dulces, con ese aliento embriagador.
Estar inmóvil también implicaba no expirar, puesto que eso significaría dejar de absorber su aliento, dejar de sentirle dentro y si soltaba aire en algún momento tendría que dejar, aunque fuera por un segundo, de sentirle tanto como llevaba tiempo esperando. Sentía su cabello clavarse en la frente, no debía mirar los ojos, puesto que eso implicaría realizar una sola acción y para ello se requiere tiempo. Un tiempo que se negaba a reanudar, aunque si no lo hacía, se pondría en movimiento de nuevo él solito.
Cuando eso sucedió los ojos se abrieron, compartiendo unas risas y burlas que no sentía de la misma manera.
