Capítulo 1: El momento oportuno

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¿Sabéis que es lo bueno de las historias de amor? Qué uno acaba olvidando como se conocieron, así haya sido en un bar, un café, o un club de strippers.

- Los de la mesa 5 están esperando sus bebidas, Han date prisa- me gritaba aquel sujeto con voz irritante.

- Te he dicho mil veces que no me llames Han, soy Hannah, y ya voy- me recogí el pelo cómo pude en una coleta con algunos mechones saliéndose por los lados y tomé las botellas y vasos para la mesa 5.

Trabajaba en un club de strippers, no es el trabajo más bonito del mundo, pero sí el único dónde contratarían a una chica de 17 años, por suerte mis quehaceres no iban más a allá de atender las mesas.

- Vamos hermanito, alegra esa cara- le decía el sujeto con cabello revuelto al hombre con gafas quién parecía no disfrutar mucho del ambiente.

- Aquí tienen sus bebidas- dejé las cosas sobre la mesa pero pude notar la mirada de aquel hombre sobre mí.

Tenía una melena de pelo marrón, aunque podría ser negro, con la oscura luz del lugar no veía bien, unos ojos color café escondidos detrás de esas gafas y una barba que cubría la mitad de su rostro y le daba un toque seductor.

- ¿Desean algo más?- pregunté a los clientes, eran 6 hombres, diría que ninguno llegaba a los 40 y todos parecían ser amigos.

- ¿Tú no estás en el menú?- preguntó uno de ellos mientras abría su cerveza, levanté las cejas y rodé los ojos, ya estaba acostumbrado a este tipo de bromas.

- Te daría indigestión- le dije con tono burlón y un "oh" se escuchó de los otros, mientras que el de los lentes, solo sonrió.

Volví a mi lugar en la barra esperando a que terminara mi turno sin tener que atender a ningún otro idiota.

Por fin el reloj marcaba las 10:00 de la noche, mi turno terminaba aquí.

Salí del local y comencé a caminar por las oscuras y solitarias calles, era aterrador pero tenía que hacer el mismo recorrido todos los días.

Sentí pasos siguiéndome y al voltear dos hombres que había atendido en el club me estaban siguiendo.

Los ignoré e intenté apresurar el paso, pero una mano sobre mi hombro me paralizó del miedo.

- Creí que en ese lugar daban servicio completo, pero la camarera solo me trajo una cerveza- ya el solo hecho de escuchar sus voces me daba asco.

- Para eso están las otras señoritas, ese no es mi trabajo- intenté volver a caminar pero me sostenía.

- Bueno ahora ya no estás en el trabajo.

Ambos comenzaron a acercarse y yo empecé a gritar, en vano porque la calle estaba desierta.

Lograron tumbarme al suelo e inmovilizarme, cerré los ojos y pensé que sucedería lo peor, pero no fue así.

Luego de unos segundos en silencio escuché golpes y maldiciones.

Al volver a abrir los ojos me lo encontré a él, ahora estaba despeinado y sus gafas estaban desacomodadas.

- ¿Estás bien?- me extendió la mano, su voz para mí sonaba totalmente diferente a la de cualquier hombre, era un como susurro.

Tomé su mano y me puse de pie.

- Estoy bien, muchas Gracias- le di la espalda y comencé a caminar nuevamente.

- ¿Vives muy lejos?- preguntó a la vez que caminaba a mi lado.

- No, queda a un par de calles.

- En ese caso te acompaño.

Me paré en seco.

- No necesito que me acompañe, estoy bien sola.

- Hace unos minutos no lo estabas, sí yo no hubiese pasado por aquí no me imagino que te hubiesen hecho, llegué en el momento oportuno y me sentiré mejor si te acompaño y sé que llegas a salvo- me quedé en silencio, escucharlo hablar era una delicia- ¿Qué edad tienes? Eres muy joven para trabajar en un lugar como ese ¿No estudias?

- No creo que sea algo que a usted le interese- metí mis manos a los bolsillos de mi abrigo y caminé en silencio.

Estuvimos así unos 15 minutos hasta llegar a una linda casita pintada de blanco, en el porche habían dos sillones y una casita para perro en el jardín delantero.

- Es aquí- le dije- ya puede irse.

- Esperaré a que entres.

- No necesita hacerlo, no me va a pasar nada de aquí a la entrada.

- Bien, en ese caso me voy, por cierto mi nombre es Sergio.

- Hannah, muchas gracias de nuevo- el sonrió y comenzó a caminar nuevamente.

Entré en el jardín y me quedé de pie frente a la puerta esperando a que su silueta se perdiera en la negra noche.

Cuando ya no lo divisé más salí de aquella casa y seguí mi camino.

Llegué hasta el edificio junto al terreno baldío y justo en el tercer piso me detuve.

Saqué mis llaves de mi bolso y entré.

Mi casa, sí así se le puede llamar, no era muy lujosa ni hermosa, era un pequeño apartamento de dos habitaciones, cocina, baño minúsculo y un salón, todo pintado de un color amarillo que con el paso de los años se ha ido opacando.

Me quite los zapatos en la entrada y caminé de puntitas hasta mi habitación, dejé mis cosas y entré a la otra habitación.

Allí se encontraba, durmiendo bajo un edredón viejo y polvoriento con sus agujas de tejer y gafas a un lado.

Me senté a su lado sin que lo notara y acaricié su cabello gris, alicé un par de arrugas de su frente y deposité un beso en ella.

Me di una ducha y me tiré sobre la cama, caí en un profundo sueño de inmediato deseando que mañana fuese diferente.

Pero los deseos no se cumplen.

Mi alarma sonó a las 5 en punto y me apresuré para arreglarme, me puse mi uniforme, le dejé la comida preparada a la abuela con una nota que decía que volvería tarde y salí del viejo y mohoso edificio.

Caminé un par de calles hasta llegar a la casa de los Del Río, la señora me recibió con la misma sonrisa de siempre, me dio los periódicos y la bicicleta.

Me subí a ella y repartí periódicos por toda la manzana, dos horas después estaba en la escuela.

Una preparatoria pública, sin muy buenos maestros, ni buenos alumnos, pero era todo lo que tenía.

El timbre sonó enviando a todos los alumnos a sus aulas, me senté en mi sitio de siempre y miré ansiosa la puerta.

Nos habían dicho que vendría un nuevo profesor de literatura, un escritor de verdad y eso me emocionaba un poco, me gustaba mucho leer, aunque no tuviese tiempo para hacerlo.

Hacía garabatos en mi libreta mientras esperaba, sentí como todos iban a sus lugares y hacían silencio, me di cuenta de que había llegado, miré hacia delante y por un momento pensé que estaba soñando.

Parpadeé varias veces y restregué mis ojos, no era un sueño, de verdad era él.

El mismo sujeto que me había encontrado la noche anterior en el club, el que me había salvado y acompañado a "casa", era él, era Sergio.

Un Café PendienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora