Capítulo 3

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Louis estaba escapando de casa

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Louis estaba escapando de casa.

Metió cuatro pares de ropa en una mochila vieja y se escabulló a la cocina a las dos de la madrugada.

Estaba seguro de que era la decisión correcta. Durante esos siete meses largos de embarazo repletos de soledad se dio cuenta de que su vida en Kodak ya no sería la misma.

Incluso abandonó la escuela después de enterarse que no solo daría a luz a un cachorro, si no a 3. Y, por si fuera poco, estaba robando comida de su propia casa. Lo suficiente para sobrevivir esa noche, después se las arreglaría.

No planeó nada, no sabía cómo sobreviviría, si llegaría con vida a su destino o que es lo que pasaría con él, pero algo tenía en claro: y era que no volvería.

Mientras metía algunos frutos secos al fondo de su mochila comenzó a sentir culpa.

Al principio pensó que quedarse con sus padres era buena idea, puesto que su salud estaba empeorando. Su madre había perdido la pierna derecha cuando cumplió el tercer mes, así que fue un proceso largo y duro, donde hizo lo posible para ayudar a sus padres en las labores del hogar, pero estaba cansado. A punto de explotar.

Si las cosas hubiesen salido diferentes, si de verdad un oso lo hubiese atacado para robarle sus zapatos, se habría quedado con sus padres hasta su lecho de muerte. No se sentiría como una carga. Una cosa era que los tres vivieran en esa pequeña casa, pero tres pequeños osos que alimentar era demasiado.

Además, no podía permitirse trabajar. Todo ese tiempo tuvo que vivir escondido de la sociedad. «Si sales de casa con ese olor a feromonas te violarían en manada» le dijeron. Odiaba a los osos machos, a los malditos alfas. Los detestaba.

Tomó su mochila. Estuvo a punto de irse cuando chocó con su padre.

—Así que te vas.—escuchó.

Louis levantó la cabeza para observarlo a los ojos. Hablarle con la verdad por última vez era algo que le debía.

—Sí.—contestó—no volveré a casa.

—¿Llevas suficiente comida en esa pequeña mochila?—preguntó.

El omega sintió su estómago revuelto.

—No, pero puedo arreglármelas solo. Después de todo me enseñaste a sobrevivir allá afuera ¿recuerdas? .—Intentó sonreír. No pudo. Su alma estaba rota.—aunque no sirvió de nada. Están muriendo.—su padre intentó tocarlo, pero se apartó de sus brazos.—perdón, no puedo.—se lo imaginó incontables veces el día en el que huiría de casa, en todas las ocasiones lloraba, pero esta vez no estaba llorando.—si me abrazas me quedaré aquí.

—Entonces quédate.—le pidió.

Su padre era un hombre de 45 años que lucía de 60 o un poco más. Su cabello oscuro ya no brillaba, su piel se partía en pedazos. Era como si hubiera vuelto a ser bebé. Apenas podía caminar, aunque a veces lo olvidaba, así que tenía que ayudarlo a llegar de su habitación a la cocina. Era doloroso verlo sufrir de esa forma.

Salta, LouisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora