Prólogo.

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El mundo gira y gira. Los días pasan, la gente nace y muere. Las horas vuelan y de pronto, nada es igual. Sin cambios, la vida no tendría ningún sentido. Si todo fuese siempre igual ¿que valor habría? 

Crecer da miedo. Equivocarse da miedo. Perderse uno mismo en el camino, aterra y congela en el tiempo. Por eso, aún en este sin fin de cambios, aún cuando nada parece tener sentido porque todo esta en constante evolución, aferrarse a cosas que siempre perduren, es un alivio. 

Por más vueltas que el mundo pueda dar. Por más llantos, tristezas, risas y alegrías. Por más que todo siempre tenga un curso que seguir. Encima de todos nosotros existe un infinito. Un para siempre. Pequeños focos de Luz que están ahí para recordarnos, que en cada destello, se guarda un poco de nosotros mismos. 

Me gustan las estrellas, porque puedo cambiar, evolucionar. Morir y renacer y en ellas, siempre tendré una partecita de mi verdadero ser. Su luz me acompaña incluso cuando no están allí. 

Me gustan las estrellas porque brillan para si mismas. Porque su Luz, es capaz de sanar cualquier pena y de abrigar cualquier amor. 






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