Miré a Maxim de reojo, escribía todo lo que la mujer decía en esa pequeña libreta de color ocre, se notaba que estaba tan escéptico como yo. Es que todo ese cuento de la magia negra no se lo creía ni ella misma…
—Entonces, usted cree que su desaparecida madre le hizo una maldición a usted y sospecha que su hija ha desaparecido gracias a ello, ¿no es así? —preguntó mi compañero a aquella mujer de piel tostada.
Ella, nerviosa, asintió con un movimiento de cabeza. Estaba demasiado alterada, por un momento llegué a creerme la historia, pero parecía demasiado ficticia, como si sólo fuese un invento.
Siempre me ha atraído eso de la magia y el esoterismo pero la historia que dicha mujer nos planteaba, más que extraña era increíble; nadie le creía.
—Supongo que trajo, por lo menos, una foto de la niña —dije recostada de la pared.
La mujer tomó su bolso y lo abrió; comenzó a buscar furtivamente. Levantó la mirada con un poco de pena.
—Juraba que la había metido aquí… —murmuró la mujer.
—Mire, mañana usted nos puede traer la foto. Se hace de noche y lo mejor sería que fuera a descansar. Haremos lo posible por encontrar a su hija con la información que nos ha proporcionado usted hasta ahora —opiné mientras le hacía señas con las manos, incitando a la mujer para que se levantase.
—Señora Greem, mi compañera tiene razón, ya ha hecho mucho recorriendo tan largo camino desde Nueva York hasta acá, Nueva Orleans. —Maxim ya había abierto la grisácea puerta de la sala de interrogatorios.
La señora Greem se levantó y salió. Miraba cada tanto hacia atrás. Esperamos un rato hasta que, ya seguros que se había marchado de la estación, Maxim cerró la puerta y con su mano izquierda se llevó hacia atrás sus rizos castaños que ya caían sobre sus ojos.
—¿Agotado? —le pregunté mientras me reía entre dientes.
—Pasar más de una hora escuchando relatos esotéricos y fantásticos agota bastante. —Se dejó caer sobre la silla mientras tiraba la libreta sobre la mesa. Dio un suspiro largo y sonoro.
—A pesar de creer en todo esto de la magia y las historias llenas de fantasía, todo esto se me hace muy… no sé, cómo decirlo, extraño, ¿quizás?
—Pues, yo pienso que la señora está muy afectada por la desaparición de su única hija y, más el viaje, se ha puesto sensible y le ha hecho inventar todo este embrollo. ¿Maldiciones? ¿Desapariciones? A mí me huele a locura. —Maxim casi bramaba. Demasiado trabajo por hoy.
—Si el capitán o alguien más te escucha hablando de esa manera de una víctima te reprimirán. Además, la mujer, loca o no, ha dejado la dirección de la casa de su madre y creo que no queda muy lejos de aquí, quizás y usamos el auto para llegar más rápido. Insisto, deberíamos ir a verla.
—¿Porr qué irr a verla? ¿Acaso la madrre no había desaparrecido? —su acento ruso ya se hacía notar. Estaba tan agotado que ni se molestaba en ocultarlo.
—No hablaba de la madre sino de la casa.
—Como sea, ¿te parrece prrudente ir a estas horras?
—Hemos salido más tarde de aquí, Maxim.
—Está bien, vamos. —Nos levantamos con pesadez. Estiré mi mano y tomé la libreta, nos serviría para mucho.
Salimos de la fúnebre sala de interrogatorios y fuimos con paso largo hasta nuestros escritorios donde Maxim y yo tomamos nuestras chaquetas que yacían sobre los respaldares de sus respectivas sillas y avanzamos hacia la entrada —o salida, en este caso— de aquella sección de la gran estación policial que le pertenecía a nuestra pequeña brigada de casos infantiles. Maxim y yo salimos y nos encaminamos al ascensor, al cual entramos con paso firme. Aún tenía la libreta en la mano, la abrí y empecé a buscar.
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El Circo Macabro
Short StoryEn un pequeño espacio de la gran estación policial de Augustus Brench, Nueva Orleans, Janette y Maxim reciben un nuevo caso: la misteriosa desaparición de una niña proveniente de una familia llena de secretos relacionados con el extraño mundo del es...