La mujer taciturna caminaba por los pasillos del hospital. Iba de camino a una sala especial donde los médicos y enfermeros tenían todo el equipamiento para tratar con pacientes sospechosos de tener el virus que había conseguido paralizar al mundo entero.Cada día ella y sus compañeros se arriesgaban. Gradualmente el riesgo aumentaba, así como su miedo, que no era suficiente para contrariar sus ganas de ayudar.
Ella y el médico asignados se encargaron de la tarea de revisar a un paciente, mientras esperaban el resultado del test, que terminó siendo positivo para COVID-19.
Sin poder evitarlo, ella y el médico lloraron para sus adentros mientras se quitaban el equipo luego de haber revisado al paciente. Solo intercambiaron una rápida mirada sin poder mediar palabra, ya que la angustia presionándoles el pecho no se los permitía. Ambos abandonaron la sala mientras tomaban pasillos que iban en dirección opuesta.
Al pasar las horas, el sol fue ascendiendo iluminando el gran edificio, colándose los rayos por las ventanas del mismo. Con ese amanecer, se escuchó el sonido de los pasos apresurados de médicos y enfermeros haciendo eco en los pasillos.
El paciente positivo de coronavirus, había empeorado considerablemente. Rápidamente, tomando las medidas necesarias, todos se colocaron el equipo que se suponía, los protegería de aquel invisible ser que tanto daño causaba.
Ni siquiera les dio tiempo de salir de la sala cuando recibieron la noticia de que aquel paciente, ese abuelo amoroso que disfrutaba contarle a los enfermeros que lo revisaban historias de su pequeño nieto, había fallecido.
Otra vez todos contuvieron las lágrimas, porque pensaban que ellos no debían mostrarse débiles. Debían ser fuertes, nadie más podría serlo si ellos no lo eran.
Al salir del hospital aquella dolorosa mañana, el médico y la enfermera que habían revisado al hombre que había partido hacia apenas unas horas, observaron a su pequeño nieto.
Intercambiaron miradas entre si con los ojos cristalizados.
A pesar de la vista que se les había nublado, pudieron ver al niño acercándose con un poco de timidez en su rostro. Este levantó la cabeza para poder ver a los dos adultos que se alzaban frente a él.
-Gracias. -pronunció el chiquillo simplemente regalándoles una sonrisa a la que, debido a su corta edad, le faltaba unos cuantos dientes.
Y eso era lo único que necesitaban para seguir arriesgándose a ser víctimas del diminuto ser que se abría paso para mantenerse con vida.
Las personas agradeciendo y aplaudiendo cada día les llenaban el corazón de orgullo y felicidad.
A veces esos buenos sentimientos se borraban al ver como sus colegas eran, en muchas ocasiones, discriminados. Tanto hacían en distintas partes del mundo, para además soportar tal maltrato.
Sin embargo, preferían no concentrase en eso. Por cada persona que los rechazaba, diez más les agradecían. Y ellos decidían quedarse con eso.
Escribí esto para una tarea del colegio y quise compartirlo.
Espero que todos se encuentren bien. ♡
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𝙂𝙧𝙖𝙘𝙞𝙖𝙨
RandomSobre la situación del coronavirus. •01.05.20• Escrito por Luci Alberto (luciuwuA). Prohibida su copia o adaptación.