Era una buena y alta hora de la noche para salir a la calle a tomar el aire y fumar un cigarro. Mike se hallaba sentado en su casa derruido por la muerte de su madre, cada noche lloraba desconsoladamente. El sabía con certeza que ella falleció en vano por una razón mórbida y cruel, que lo llevó varias veces a la autolesión y casi al suicidio, más de una vez. Su padre era un fracaso humano, un borracho inútil, zafio e insulso. Los abandonó a todos cuando supo que iba a ser padre de otro hijo. Mike era un hombre grande y robusto, por naturaleza. Había adelgazado 25 kilos desde aquel día y, en estos momentos, no es ni un mísero recuerdo de lo que antes era el. Cogió su botella de whisky con una mano, y con la otra sacó un cigarro de su paquete de malboro y se lo trajo a la boca, llevándolo sostenido en los labios hasta la puerta de la entrada, con la cabeza baja y casi tambaleando. Cualquiera que lo viera diría que se asemeja a un zombie. Entre calada y calada tomaba un trago o dos de su botella de whisky irlandés, el cual su misma madre le había regalado. En una de estas, el trago mezclado con la calada le sentó mal y vomitó lo que había bebido y lo poco que había comido.
Se terminó el cigarro y volvió para dentro de la casa, cerrando la puerta de un golpazo. Iba borracho ya de antes, así que el vomitar el alcohol no le ayudó en nada. Subiendo las escaleras poco a poco y casi tropezándose a cada escalón que subía, escuchó que la puerta de su piso se cerró lo suficientemente fuerte para que le hiciese pensar que alguien había entrado en su casa. Eso le quitó la borrachera al minuto. Subió rápidamente y abrió la puerta de golpe. Un pesado y aterrador silencio le acechaba. Sentía una presencia extraña pero un tanto familiar. Entró poco a poco, con un intervalo de 5 segundos a cada paso y con una respiración rápida pero silenciosa. Su corazón parecía el motor de una locomotora ya que esa extraña presencia cada vez se notaba más encima de sus hombros. Llegó al interruptor y paulatinamente alzó la mano hacia el. Cuando ya tenía la mano encima del interruptor de la luz, el cual por el extraño circuito eléctrico encendía todas las luces de la casa, miró a los lados en un estúpido intento de ver algo en la total y angustiosa oscuridad en la que se había emergido. Cuando llegó el momento, como si todo estuviese calculado como un plan de atraco, encendió la luz; no vio nada raro.
Justo en ese momento esa presencia había desaparecido por completo. El se quedó pasmado durante unos minutos, y rápidamente como si se hubiera despertado de una pesadilla horrible, empezó a mirar por toda la casa y como era de esperar, no encontró nada. Se sentó en su cama desconcertado por lo sucedido. Con la espalda encorvada, los codos en las rodillas y las manos en la cabeza, miró de reojo a su lado y no pudo evitar horrorizarse cuando vió por un mero instante el rostro desfigurado y descuartizado de su hermanito, el cual murió junto a la madre. En un grito desgarrador, propio de una persona apunto de morir de la forma más lenta, dolorosa y aterradora posible, se tropezó y cayó al suelo dándose con la cabeza en un mueble, dejándolo insconsciente al instante.
Abrió los ojos lentamente, con vista borrosa y viendo destellos de luz muy extraños, colores muy vivos y dignos de un espectáculo demoníaco. Se hallaba confuso y desconcertado ya que los destellos no provenían de donde estaba. Se despertó en una habitación pequeña y oscura, pero el alcanzaba a ver el suelo, ya que había una tenue luz de una vela hecha de tuétano en el suelo a su lado. Cuando se fijó en el suelo y la pared en el que estaba sentado y apoyado, se espabiló directamente. Eran superficies formadas de vísceras, ojos, huesos y piel podrida. Segundos después su sentido del olfato empezó a funcionar. Casi vomitó del asco y la repugnancia que le dió ver ese pavimento lleno de tripas y esperpentos, cuerpos descuartizados y la piel de los rostros arrancados de la cabeza de a saber quién.
Realizó un pésimo intento de levantarse, lo hizo como si tuviera cristales clavados por todas partes de su cuerpo. Pasó de contemplar esa cámara con repugnancia y pavor, a mirar cada rincón con mucha curiosidad. Se percató de que todos esos rostros ensangrentados carentes de ojos y dientes, eran realmente los rostros de las personas que el amaba. Eso le hizo pensar que no era más que el sueño más lúcido de su vida hasta que más tarde se dió cuenta de un factor: era demasiado real y no podía controlar nada en ese momento. Si hubiera sido un sueño lúcido, el mismo podría haber convertido esos rostros en personas nuevas y vivas, pero eso no sucedió ni en el mayor de sus deseos. Caminando curioso, como un niño perdido pero sin miedo en un centro comercial, encontró una puerta. Una puerta de metal robusto, un metal negro con un símbolo en el centro. Símbolo el cual el utilizó para hacer ese ritual que le jodió la vida a el y a sus seres queridos. El gran pomo perteneciente a la puerta que era del tamaño de la cabeza de un bebé, empezó a girarse lentamente. En ese momento supo con gran certeza que se hallaba en lo que parecía ser un infierno; su infierno. La puerta se abrió lentamente delante suya, y tras de ella, había una completa y horrorosa oscuridad, era como si hubiese una pared negra entre sala y lo que hubiera después. Alzó la mano para tocar lo que parecía ser esa oscuridad sólida, y vió que no se trataba de ninguna de las posibles opciones anteriores. Era un portal. Cuando lo tocó, fué como tocar un agua totalmente tranquila y lisa. Se formaron unas ondas redondas que se esparcieron por todo el espacio que ocupaba la puerta.
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LA LLAMADA DEL INFINITO
TerrorA Mike le gustaban los rituales y la nigromancia. Sabía que el llamaría a algo o alguien, pero no sabía que algo o alguien lo llamaría a él. El contenido de esta historia puede ser ofensivo para según qué lectores. Se agradece discreción. TW: Ab...