Capítulo 49.

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CASTIEL

Tuve que controlar mi instinto asesino con todas mis fuerzas y un miedo que jamás había sentido resurgió en mis entrañas, estaba tan acostumbrado a que cuando las cosas no salían como lo tenía planeado simplemente me liaba a hostias y problema resuelto pero el hecho de ahora no poder hacerlo, porque había alguien de por medio, alguien que amaba, hacía que mi vida hubiera dado un giro enorme y algo en mi mente me dijera que jamás volvería a ser lo mismo.

Cuando vi como ese hijo de puta al que había considerado uno de mis mejores amigos estaba encima de mi chica, besándola, todo dentro de mí tembló, tembló de rabia, de ira, de una furia inmensa. Debo admitir que había visto algunos indicios que si no fuera porque quería confiar en él habría estado más que claro que estaba interesado en ella, pero la estúpida confianza me volvía a traicionar. La confianza solamente era una tela que te ponían en los ojos y a mí siempre acababan sacándomela, destapándomela y dejándome ver la realidad, una realidad que sinceramente daba asco.

Mientras caminaba por el pasillo con los dientes apretados, las manos temblándome a cada lado de mi cuerpo y la respiración irregular solo podía pensar en que tenía que hacer uso de todo mi autocontrol, por ella, por mi nena, por Maddie, pero ¿realmente valdría la pena? Es decir, iba a aguantar todo, a no dañar a nadie, a cambiar y a mejorar en mí mismo, pero ¿para qué?, ¿para qué iba a hacer todo eso y a esforzarme día tras día si quizás ella también acababa dejándome como todos lo habían hecho?

Era consciente de mi gran problema; tenía una enorme inseguridad desde el día que nací, la heredé de mi madre y durante toda mi infancia se esforzó por aumentarla y explotarla diciéndome barbaridades que todavía resonaban en mi mente y golpeándome, aprovechando que yo era un niño pequeño y no tenía las fuerzas suficientes para defenderme de una mujer drogada. Las secuelas que habían quedado en mí eran inmensas y horribles, pero siempre intentaba dejarlas apartadas aunque en momentos de estrés salían a relucir sacándome el lado violento, agresivo e impulsivo.

La opresión que sentía en el centro del pecho me decía que me tranquilizara o tendría un ataque de pánico aquí mismo, en mitad del puto pasillo. Estaba harto de toda esta mierda, me quería ir, quería desaparecer, pero también quería volver con Maddie y decirle que la necesitaba tanto que dolía. ¿Cómo había podido desarrollar esta dependencia hacia una persona en tan poco tiempo? Joder, era horrible.

La rabia que sentía en estos momentos amenazaba con acabar conmigo, ¿cómo había podido ese hijo de puta poner sus ojos en ella? ¿cómo se le había ocurrido? Lo iba a matar, quería matarlo, ansiaba matarlo, hacía unos minutos había estado golpeándolo y de haber estado solo no sé qué habría sido de él, aunque tampoco me importaba. Lo que sí me acojonaba era como me había podido calmar Maddie con solo unas palabras, una caricia y una mirada. No me cabía en la puta cabeza. Ella tenía un efecto en mí que nadie más tenía, cuando me hablaba todo lo demás desaparecía, solo éramos nosotros dos y eso me aterraba. Me estremecía al saber que el día que realmente tuviera que enfadarme de verdad, ella no me lo permitiera y que me controlara y manipulara a su antojo, haciéndome ser un completo títere.

Me arranqué la camiseta de mi cuerpo, tirándola por algún sitio. Estaba completamente rota de los tirones que me había dado antes Maddie. No sé dónde cayó y tampoco me importaba. La gente que pasaba por mi lado me miraban extrañados por aquel acto, que me dijeran algo si se atrevían... Mis padres adoptivos, o "mi gente" como yo les decía, llevaban pagando este hotel desde mucho antes de que me acogieran en sus casas, así que eso hacía que muchas personas lo supieran y que me miraran con la cabeza agachada, o directamente no me miraran por miedo a que con un chasqueo de dedos ellos pasaran de estar en la cima a estar por los suelos.

Me pasé las manos por el pelo exasperado mientras cruzaba el lumbral que daba a la playa. Había decidido volver con los demás, debía asegurarme de que nada volvía a descontrolarse y también me vendría bien que me diera un poco de aire fresco en la cara porque sentía que ardía en todos los sentidos de la palabra y él primero que estaba descontrolado era yo.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora