◇V. ɴᴏᴠɪᴇᴍʙʀᴇ 2 ᴅᴇʟ 2.749

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Pasamos el resto del tiempo limpiando y secando platos, claro, sólo nana y yo puesto que era nuestro turno de hacer los siguientes quehaceres. Abbing, mientras tanto, había ido a dormir, él ya había hecho su parte.

Mientras Rosemary fregaba la cerámica fría de la pieza, concentrada en como el agua caliente vertía la espuma, a hurtadillas le observaba, pensando en lo que había mencionado al caminar por la galería directo a la cocina: "Cambiar pañales y cantar lullabies me iba mejor que lavar los platos".

—Creí que no eras buena en eso —rompí el silencio secando lo ya lavado.

—Con el tiempo se aprende Edward —respondió con una sonrisa, sin mirarme.

—No entiendo, ¿por qué no compramos robots o lavavajillas? Dinero nos sobra.

—Al igual que tiempo. —Volteó a verme, dejando el último plato chorreante sobre la grisácea mesada—. Dejemos esas chatarras a gente que en verdad las necesite, así que por el momento seguirás secando platos y cubiertos niño.

Reí divertido, con un toque irónico.

—La verdad no me molesta, de algo tengo que ser útil; el sedentarismo no ayuda en nada a un futuro adolescente.

Terminado mi labor continué acomodando en su respectivo orden y lugar cada utensilio, sintiendo la tonta expresión y sonrisa de nana sobre mi persona, la cual ya empezaba a incomodarme bastante, así que, guardado el último cubierto, le miré.

—¿Qué pasa? No dejas de sonreír por nada.

Ella rió y agachó la cabeza apenada, para después subirla y mirarme.

—Disculpa sólo... es que has crecido mucho.

—¿Y? Es normal.

—Ciertamente. Pero, para una persona tan mayor como yo, es difícil ver a otro de tus pequeños ser alcanzado por la vida, por sus etapas, por sus cambios. Es difícil admitir que ya no son lo que eran antes, unos tiernos niños o bebés.

Ahora era yo quien agachaba la cabeza, haciendo una mueca de entendimiento. He de admitir que las palabras de nana me asombraron un poco, jamás me habían dicho algo como eso, y en cierta forma me habían conmovido, por ende, no podría responderle de manera fría e indiferente. Aunque no entendiese a la perfección sus sentimientos, imagino que ha de ser complicado en cierta forma notar que a medida del transcurso del tiempo nos damos cuenta que lo de antes ya no es lo de antes, y cuando escudriñas el ahora te das cuenta del gran cambio que no has concientizado hace tiempo. Lo mismo me pasó con mis padres, fue al tener diez años que recapacité y percibí como poco a poco iban alejándose. Bueno, eso sentía y en pequeños intérvalos así lo sigo sintiendo. El abandono, la ausencia de un padre, un vacío difícil de llenar.

—Quizás sí siga siendo un niño...—solté apenado, de modo de consuelo.

Aún con esa curva en sus labios comenzó a acercarse a mí, con brazos cruzados y un brillo en su mirar el cual a simple vista parecerían lágrimas retenidas. Nana Rose sólo tomó de ambos lados mis mejillas, entregándole un cálido beso a mi frente. Apenado, incliné mi cabeza al piso, puesto que la mujer no es de mostrar mucho afecto, más bien de educar con gentileza.

—No, ahora eres un muchacho. Un muchacho inteligente y bastante bravo.

Veracidad no le faltaban a sus palabras. Bien tenía razón, soy un chico bastante inteligente, con una forma de habla como si la de un adulto se tratase y sí, también bastante bravo. No seré alguien directamente agresivo, pero he de admitir que mis palabras en cierta forma lo son. Y es que pese a ser un mocoso tengo una lengua tan filosa como la punta de una aguja, más bien dicho, de millares de agujas. Pero pese a eso, por el momento no he obtenido una paliza o algo por el estilo, quizá no se animan, o quizá me la estoy rifando mientras juego con fuego.

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