◇VII. ᴇʟ ᴍᴇᴊᴏʀ ʀᴇɢᴀʟᴏ

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—Buenas tardes señor Edward —saludó Abbing abriendo la puerta trasera del auto negro azabache y completamente limpio—. ¿Cómo le fue en la escuela?

—¿Hace falta razonar tanto para darse cuenta? —espeté entrando.

—¡Que actitud! Considerándola supongo que no habrá sido un buen día —continuó la charla, cerrando la entrada del móvil y dando la vuelta al asiento del conductor.

Preferí no responder. Al cabo de unos minutos en que Abbing entró y comenzó a activar el vehículo inteligente en base a una oración y el reconocimiento de su voz, y este comenzó a dar marcha, ahí decidí volver a hablar, apoyando mi codo en el apoyabrazos y mi mandíbula en mi mano, observando desde el vidrio polarizado.

—Lamento haberte arruinado la diversión allí afuera.

—¿Mm? Oh, ¿se refiere a esas chicas y señoras de la escuela? No pasa nada señor Edward, de todos modos no le doy tanto énfasis a eso. No se preocupe.

—Lo dices de manera deliberada.

—No, lo digo justamente en serio señor Edward —dijo en tono sentenciador, observándome desde el espejo retrovisor—. Vamos, ¿o acaso no confías en tu hermano mayor?

Entorné los ojos. Ahí estaba de vuelta el pesado Abbing, así que por mi salud mental preferí callarme.


◇◇◇

Llegamos a casa luego de media hora de viaje y un poco de tránsito. Estaba hambriento pese a haber almorzado en la escuela, muerto de sueño y adjuntando a esto el peso de mi mochila sentía que caería en coma, así que al bajar del auto le pedí al chófer que llevase mis cosas hasta mi habitación. Mientras desperezaba mis brazos detrás y delante de mí, y él conducía rodeando la mansión hasta guardar el vehículo inteligente en el garaje con mi equipamiento dentro, me percate que un segundo carro yacía estacionado a metros de distancia de la puerta de mi casa, al lado del parterre. El auto era un Tesla gris último modelo, y un coche ajeno estacionado en la mansión Wilson solo podía significar una cosa: visitas.

Cuando concluí mi subida por las blanquecinas y enormes escaleras uno de mis sirvientes con su traje de mayordomo me recibió con una inclinación, abriendo las puertas frente a mí; sin agradecer ni nada entré sin más. Al hacerlo, mis oídos captaron el murmullo de dos voces, femenina y masculina, la femenina evidentemente era la de nana pero la masculina... La verdad no tenía idea, así que invadido por la intriga caminé hasta la sala de estar.

—... ¡Oh mira, ya llegó! —dijo nana levantándose del sofá color vainilla, con una sonrisa espléndida acercándose a mí.

De mi parte no entendía nada, por ende mi expresión se mantuvo en una totalmente extrañada.

—Adivina quién vino a visitarte.

—No adivino porque no tengo ni idea...

El tercer personaje exclamó una leve risa, dejando en la mesa ratona de cristal una pequeña taza de té, junto a la tetera y demás tacitas de cerámica Ru.

—Descuida Rose, hace mucho no paso por aquí así que es normal que el niño no me recuerde —dijo el hombre levantándose del asiento, tenía el cabello negro y para atrás, un tanto canoso, vistiendo un formal traje gris frío.

Acomodó su ropa y volteó a mi dirección, permitiéndome ver sus rasgos y apariencia completa: morocho y canoso como dije, de piel blanca con una que otra arruga, alto y de buena complexión... Nop, si quiera un mísero déjà vu.

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