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—¿Así que lo estamos haciendo oficial ante el mundo?

—Creía que éramos oficiales desde que dejaste tu cepillo de dientes en mi casa.

—Bueno, si dormimos casi siempre ahí pues es dónde debe estar. —Replicó Adam. Duncan sonrió.

—Podríamos comenzar a dormir en tu casa.

—No, la tuya es más grande. Y a Rusty no le gusta mi casa.

—Tus sillones son muy duros, es un perro delicado.

—Ayer vomitó en la entrada y luego comenzó a comerlo, tu argumento es ridículo. —Debatió Adam, Duncan sonrió de nuevo. Era la primera vez que compraban víveres juntos. Algo impresionante ya que esa primavera cumplían 3 meses de salir juntos. Adam ya no intentaba esconder su vientre de 7 meses. Era imposible incluso con su cuerpo delgado, era más que evidente. Y... cuando estaba con Duncan tampoco quería hacerlo. Había un orgullo ahí. Cómo si en vez de despertar rumores su embarazo alejaría a la competencia.

Era imposible que ese hijo fuera de Duncan, no engañaban a nadie, todos sabían que Adam no tenía ni 5 meses de vivir ahí. Pero a él no parecía importarle. En ese estado de cómoda felicidad en que vivían aquel bebé era suyo, él le enseñaría a caminar, a hablar, a andar en bicicleta, como haría con un hijo de su propia sangre. Quizás el siguiente cachorro en su vientre sería suyo. Sí. Lo sería igual que Adam, su familia. La reclamaría y estarían juntos, viviendo en paz como deseaba cuando se mudó ahí años atrás.

Hacían todo juntos y Adam suponía que la gente del pueblo lo sospechaba, pero no tenían confirmación ya que ni Duncan ni él tenían amigos en el pueblo, incluso con la nieve derretida sus únicos vecinos sólo iban de vez en cuando, usando su casa en el lago como una casa de fin de semana. Y ya que Adam iba a casa a trabajar y Duncan solía salir a remar al lago con Rusty como única compañía, probablemente no sabían lo que sucedía.

Sin el frío terrible, si bien las lluvias de primavera no eran sus favoritas tampoco, Adam le encontraba encantó al lugar, todo era verde y olía a pinos y agua fresca, el lago parecía destellar cada mañana y podía quedarse mirando por horas en su dirección. Quizás no era el lugar el que había cambiado, era él mismo. Era feliz ahí, en gran parte gracias a Duncan. A las tardes cocinando juntos, a las noches de pasión que compartían, a los paseos junto al lago, a sentarse uno junto al otro, acurrucados con Rusty a ver una película.

Y eso que no se habían vinculado aún, era imposible sin el celo y bueno... no habría celo en unos meses más. Ambos estaban de acuerdo en esperar a que su ciclo fuera regular antes de hacerlo. Cuando su celo fuera saludable y completo... bueno entonces irían por todo, marca, quizás incluso un cachorro más. Una familia grande y feliz en un pueblo pequeño y callado, donde nadie intenta matar a nadie y la gente deja la puerta de la casa sin seguro, en plena confianza de sus vecinos y amigos.

Pero salir, de la mano como iban ahora, a comprar cosas a la vista de todos, para Adam, era el mayor paso que jamás había dado. Trataba de no sentirse mal con su apariencia, con ropa holgada y suelta o con las mejillas sonrojadas por el esfuerzo, moverse ahora era siempre un esfuerzo.

No salía con nadie desde y a causa de Jean, desde su primer rompimiento, que debió ser el último. Así que no tenía relaciones formales ni nada parecido, nadie que presentarle a su madre, no que quisiera presentarle a Duncan, el hombre no le había hecho nada malo. La mujer de la tienda los miró con interés muy mal disimulado al igual que la señora de la casita amarilla, la hermana de la mesera del restaurante y uno de los maestros de la secundaria. Adam conocía a todos, en parte gracias a Duncan que resultó ser mucho más sociable que él.

En un pueblo pequeñoWhere stories live. Discover now