Sesenta y ocho

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Amelia sintió cómo una fuerte presión se asentaba en su pecho, arrancándole de cuajo todo el aire de los pulmones.

Llena de ofuscación se sentó en una silla, y tiró las fotografías sobre el escritorio de Tom.

—No lo entiendo... yo...

—Es muy difícil de procesar... —habló Stella con suavidad—. Tienes que tomarlo con calma...

La mujer levantó la mirada hacia la dama.

—¿Siempre hace esto? —interrogó con la vista nublada por el llanto—. ¿Con todas?

—Sí... —respondió ella con vergüenza—. Desde que era un adolescente ha tenido únicamente novias que se parecen a Violette, es algo que no pude controlar, pensé que sería inofensivo, pero se ha pasado de la raya... —habló con culpa en su tono—. Te ha traído a vivir con él, y no dudo en que pronto te pedirá matrimonio, si es que no lo ha hecho ya...

Amelia la miró con sus ojos verdes y llorosos, los cuales le confirmaron que así era.

—No quiero que estés toda tu vida con un hombre que no te ama por ser tú, sino que lo hace solo porque le recuerdas a alguien más... —murmuró Stella con tristeza.

—¿Por qué usted no me lo dijo antes? —preguntó Amelia llena de rabia—. He sufrido, he aguantado tantas cosas... y todo porque pensé que lo que teníamos valía la pena...

—No pude hacerlo... —le explicó frunciendo el ceño—. Él me prohibió venir aquí, y hablar contigo... no sé cómo es que me ha invitado hoy...

—Yo se lo pedí, necesitaba hablar con usted sobre el comportamiento de Tom... pero ya no tiene caso...

Amelia cubrió su rostro con ambas manos, y lloró en amargo silencio por un minuto.

—Entonces, usted no tiene problemas neurológicos, ¿verdad? —preguntó la muchacha sin mirarle.

—Es solo una mentira que suele decir para quitarme credibilidad... —comentó sentándose frente a ella—. Soy una mujer sana... vine hasta aquí conduciendo, no le darían licencia a una loca...

La chica la volvió a mirar.

—¿Cuál de todas estas chicas fue su última novia? —interrogó tomando las fotografías—. La chica con la que se iba a casar, con la que quería formar una familia.

Ella tomó una imagen en particular, y se la extendió.

—Emilia D'amico... bailarina italiana... —Amelia miró la foto, en la que se veía a una mujer pelirroja, de ojos verdes, delgada y hermosa, bastante más llamativa de lo que ella podría llegar a ser—. La conoció en el teatro... ella lo dejó cuando se dio cuenta de que Tom iba en serio con la relación, cuando compró esta enorme casa de nueve habitaciones...

—Esto es horrible... ¡tengo que hablar con él ahora, y va a tener que oírme! —gritó poniéndose de pie.

—No, debes esperar... —la detuvo Stella—. Cuando la fiesta acabe, y la gente se vaya...

—No puedo esperar tanto, necesito una explicación ahora mismo. —dijo Amelia, mientras se removía el maquillaje con brusquedad.

—No quiero que dejes en ridículo a Tom... —habló Stella con suavidad—. Es mi ahijado, yo lo crié... lo destrozarás si haces esto enfrente de todo el mundo...

La chica se volvió a sentar, retomando su llanto enmudecido.

—Yo estaré contigo hasta que la fiesta acabe... —susurró la dama—. Las luces están bajas, y la gente baila... no se darán cuenta de tu ausencia... cuando comiencen a despedirse, y quieran saber dónde estás, Omar dirá que estás indispuesta, yo se lo encargaré...

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