Relatos para Bubok (2009-2010)
Relatos nacidos en 2009 y 2010 al ardor de las refriegas concursales. No están todos los que ganaron, pero sí la mayoría, seis o siete. Otros relatos no llegaron a participar: se fueron largo, por encima de las temidas 1.400-1.700 palabras. En total, veinte relatos, casi cuarenta mil palabras. La presentación es alfabética: no encuentro otro hilo conductor. Los hay “históricos”. O de ciencia-ficción. Pero como se verá, el decorado, el género, es siempre un pretexto para contar una historia.
1
Adara, la inmortal
No es fácil recordar cómo la inmortalidad dividió en dos al género humano. En la memoria de los que nunca la alcanzaron, el suceso se hizo humo de mitos y leyendas mucho antes de que dejara de ser exacto el número de generaciones transcurridas desde que ocurrió. La memoria de los inmortales es diferente: no la aniebla el extravío de los detalles, sino su exceso. Y aunque algunos de los afortunados iniciaron registros minuciosos de su nueva vida presuntamente inacabable, los ordenadores dejaron de responder a la tecla de encendido poco tiempo después del holocausto. Ya ninguno de ellos se animó a buscar tinta y papel para mantener los anales. No valía la pena. Porque no habría lugares donde guardarlos, tan inacabables serían. Ni se conservarían tanto tiempo como ellos vivieran. Y además, concluyeron, el tiempo transcurrido y registrado siempre abrumaría al tiempo necesario para leerlos. Pero, ¿cómo fue? Hubo una vez... Sí, claro, tuvo que ser antes de, ya que el holocausto fue su consecuencia. Por entonces ya se sabía que el ser vivo es una máquina que se repara a si misma, pero sin la suficiente perfección. Sólo había que ajustarla bien, y la máquina sería eterna. El hallazgo era inminente. Todos los hombres esperaban vivir para verlo, y verlo para vivir eternamente. Ocurrió. Los poderosos fueron los primeros en alcanzar la eterna juventud. Y una vez conseguida, conspiraron. Porque, ¿no rebosaban de hombres los continentes? ¿No se habían fundido los polos, desbordados los mares, arrasada la Amazonia, extinguidas innúmeras especies?
2
Los hombres fatigaban la Tierra. Y ahora, por añadidura, eran inmortales. ANPI. El Acuerdo para la No Proliferación de la Inmortalidad sólo fue acatado por los que ya lo eran. Y no impidió lo inevitable. Ninguna reunión de hombres, cualquiera que fuese el título que se le diera, resistió la presión de los mortales pidiendo ser admitidos en el club de los que nunca envejecían. Disturbios en las ciudades. Los primeros Gobiernos en ceder se enfrentaron a los Gobiernos defensores del Acuerdo. Y los Gobierno defensores del Acuerdo encomendaron la supervivencia del planeta a las armas nucleares. Aquellas bombas aliviaron al mundo del peso que lo asfixiaba, reduciendo el número de los humanos a lo razonable. Y cuando nadie fue capaz ya de distinguir el polvo de las cenizas, crecieron los bosques donde no se recordaba que los hubiera habido. La nieve volvía a caer en las cumbres sobre la nieve del año anterior. Especies que se creían extinguidas surgían del Arca de Noé de una previsión disparatada que al final había resultado clarividente. En algún momento de aquel cataclismo, se perdió la máquina de la inmortalidad. Alguien tuvo en su mano, en el último momento, la decisión de destruirla o de conservarla fuera del alcance de los hombres, y decidió esto último. Lo dice un relato diseminado entre mil fábulas: que la máquina está en algún lado, esperando a que alguien la encuentre. Los inmortales lo cuentan con aprensión, queriendo creer que no será cierto y que nada alterará su estado actual. Los mortales, con la esperanza de una revancha. El género humano volvió a crecer. Muy despacio. Liberándose de todas las taras y monstruos inviables que siguieron al gran holocausto. El hombre volvió a tener retos a su medida a los que enfrentarse: rebaños para medrar; cosechas que sembrar y recoger; jabalies, osos, leones con los que probar el valor de sus flechas y lanzas.
3
Mortales e inmortales viven ahora separados por una envidia atávica, un agravio de eones. La pugna, sin embargo, va cayendo ineluctablemente del lado de los mortales. Porque las muertes violentas, las enfermedades oportunistas (los suicidios también), menguan el número de los inmortales. Entre ellos la procreación es aberrante, un tabú cuya transgresión socava la comunidad, porque los seres traídos al mundo son mortales, y los perpetuamente jóvenes no quieren tener previsión para la vejez y la muerte. La inmortalidad requiere la inmutabilidad en todos los órdenes. Así es todo entre ellos, sus leyes, sus costumbres, sus jefes, y hasta sus vidas interminables. El tedio y la decadencia es el precio que pagan por no envejecer. Y los que se niegan a pagarlo -un lento goteo- abandonan sus pequeños Olimpos amurallados para buscar la sociedad de los mortales, mezclarse con ellos y robarles un poco de vida...