LA CASA SINIESTRA

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Quito ha sido refugio de duendes, cucos, fantasmas y aparecidos a lo largo de su historia. Sus vecinos siempre han contado historias acerca de seres sobrenaturales que vuelven desde las sombras para visitar a los que quedaron, o para cobrar venganza, como es el caso de la casa siniestra situada en el popular barrio de la Villaflora.

Por muchos años, la casa, una estructura de tres pisos, con un pequeño patio interior donde destacaba a primera vista la enorme tapa del alcantarillado, y una terraza con la baranda destruida que daba justo sobre el patio descrito, pasó abandonada, nadie osaba cruzar siquiera por la vereda de enfrente cuando caía la noche.

Cierta vez una familia pobre la alquiló. Eran tres hijos pequeños y sus padres.

Se mudaron un sábado por la tarde. Cansados por el trasteo se retiraron a dormir de inmediato, pero su sueño no duró mucho, porque un poquito después de la media noche, sintieron que las cacerolas caían al piso y los platos volaban por los aires. Garrote en mano se levantó el padre a defender sus posesiones, y cuál no sería su sorpresa al ver que los objetos volaban sin que nadie los toque. Mientras corría a refugiarse en la habitación sentía cómo una inexplicable presencia le perseguía enfurecida. Diariamente y a lo largo de los siguientes 15 días se repitió la historia.

Espantados, empacaron sus bártulos y salieron despavoridos. Lo mismo sucedió con cuanta familia arrendó el inmueble. Hasta que un día lo alquiló una viejecita con sus cuatro gatos. La primera noche salió corriendo y tuvo que dormir donde una vecina que le contó que todos los que arrendaban esa casa huían de allí. Pero la señora no era cualquier persona...

Al día siguiente, regó agua bendita por toda la casa y conminó al furioso espíritu para que le dijera qué era lo que quería. Al llegar la noche desde el sifón del patio salió un lamento profundo llamándola por su nombre. Los gatos corrían aterrorizados trepando inclusive los paredes y con maullidos tan tenebrosos que parecían gañidos salidos del infierno, a cada lamento del ánima en pena, el pelo de los felinos se erizaba más y más. De sus ojos salía fuego. Aterrorizada la anciana no atinaba a hacerle caso, entonces el ánima en pena comenzó a subir las gradas, anunciando su presencia con el sonido ronco de cadenas que se arrastraban y con ayes tan dolorosos que a la anciana no le quedó otro remedio que contestarle. Después de dar vuelta la casa entera sembrando el terror, la sufrida alma llegó al dormitorio de la mujer y le dijo, "hace mucho tiempo que te esperaba, a causa de tu calumnia mi marido me quitó la vida. Quiero que para expiar tu culpa saques mis huesos del sumidero del patio, donde él los ocultó para tapar su crimen y me des digna sepultura".

Dicen que la anciana quedó completamente loca. Que entre horrísonas carcajadas le contaba la macabra experiencia a todo el que pasaba.

Entre balbuceos de locura contaba que el antiguo propietario, un anciano también fallecido, había contraído nupcias con una joven mujer. Dejado llevar por los celos que ella, -su amante despechada- sembrara arteramente, al volver a la casa, -sin escuchar a la joven que proclamaba su inocencia-, la había empujado desde la terraza. Al comprobar que había fallecido a causa de la caída, para deshacerse del cuerpo lo había cercenado y escondido en el desagüe. Luego había salido para nunca más volver.

Los huesos no fueron removidos y los acontecimientos tenebrosos seguían sucediéndose día tras día. Hasta que un día llegó la historia a oídos de los familiares de la difunta quienes sacaron los huesos casi desechos de la inmolada mujer. Quienes llevaron la osamenta al camposanto contaban que cuando al fin la mujer fue sepultada se oyó un profundo suspiro de alivio.

Desde entonces nunca más volvieron a escucharse ruidos en la casa siniestra, solo las grandes carcajadas de la anciana resonaban en la noche...

Avefenixazul 2019

LA CASA SINIESTRAWhere stories live. Discover now