Narra Harry:
La tomé de la mano. En algún rincón silencioso de mi cerebro, estoy vagamente sorprendido de que no me haya gritado como lunática para que se la hiciese quitar.
Cuando me vuelvo me mira fijamente, con expresión atónita y horrorizada, mientras continuaba hablando toda la mentira que salía de sus labios, ni ella misma se la creía. Se le eriza el vello y todos los folículos pilosos de su cuerpo entran en estado de alerta, por mí.
Abre mucho los ojos, parpadea y vuelve a su rostro esa expresión de miedo, pude notar algo realmente extraño, ésta se encontraba teñida con ligeramente unos tonos entre rojo carmesí debido a la sangre de la herida seca y unos tonos de violáceos por las partes en las que la sangre no pudo brotar, en una de sus manos podía oler la sangre, percibirla aún más con aquel gesto que hizo.
Se había lastimado nuevamente la muy loca. Intentó zafarse de mi agarre, apartarse de mí. Me negué aplicándole un poco de fuerza en la muñeca sin siquiera recordar que la tenía lastimada.
Murmuró, haciendo una mueca de dolor al incorporarse.
— Será que no te cansas de ser suicida, ¡estás bien loca chiquilla! — le masculle malhumorado sin pensar en lo que escapaba de mi boca y noté como una carcajada salió de sus carnosos y perfilados labios.
— Espera ¿disculpa? — me miraba impasible, con cierto desdén, tomándolo también de forma satírica, mientras trataba de contener una risa sarcástica, pero volvía a abrir la boca y dejarla escapar.
De pronto ha desaparecido ése temor nervioso y crispado de su voz ante mi presencia. Ella ha vuelto de dondequiera que estuviese todo éste tiempo.
Lo noto en su tono, en la forma en que me apoya los dedos en las garras que toman su mano, sujetándome para no caerse, y la atmósfera del jardín cambia por completo.
— Que voz más graciosa has puesto, Conde, no pensé que tuviese una voz así... — la escuché decir mientras reviso su herida.
— Estás algo graciosa ésta noche, chiquilla — aprieto la boca dibujando una línea firme, pero luego, casi de mala gana, mis labios se curvan hacia arriba y sé que estoy intentando disimular una sonrisa, todo sea para no darle el gusto de molestarme.
Continúa riendo, ahora recuerdo y me doy cuenta de porque su amiga decía que ella era una burlona
— ¡Pero espera, me has llamado loca!— se muerde el labio inferior en un intento de contener el súbito ataque de rabia que se apodera de todo su ser.
Puse mis manos en su boca para evitar que chillara en plena noche, ¡santos murciélagos se atraganto con una corneta o qué!
Tiene un chillido muy molesto, con la misma me mira haciéndose la ofendida por mi acción y no puedo evitar acercarme y mirarla de cerca, ésta vez me burlo yo.
— Loca... — le musite fingiendo despreocupación y a ella seguía hirviéndole la sangre.
Me mira enfadada, la ira saliéndole por todos y cada uno de los poros, pero no podía escuchar ése chillido molesto gracias a que le estoy cubriendo la boca.
—¡Aagh! ¿Me has mordido, Serena?
—¿Por qué necesitas controlarme, Conde?
—Porque satisface una necesidad íntima mía que nunca pude comprobar siendo humano, porque sencillamente, nunca fui humano. Además eres mi presa, mi esclava, yo hago contigo lo que me plazca.
—Entonces, haber si entiendo ¿es una especie de terapia? Debido a que nunca antes te mostraste posesivo con nadie, no porque no quisieras sino porque no habías tenido la oportunidad.
—No me lo había planteado así, sinceramente no sé que es una terapia pero sí, supongo que sí, en lo último tienes razón, para ser una humana estúpida.
»Eso sí puedo entenderlo. Me será de ayuda para descifrar su mecanismo. ¡Qué no sabe lo que es una terapia! Bueno, verdad, él es de hace siglos, esto es algo nuevo para su conocimiento poco desarrollado, si me escucha decir eso me corta la lengua.«
— Y con que me vuelvas a llamar loca y me tapes la boca de nuevo te voy a prender fuego mientras duermes, Conde... — arquea las cejas, expectante, es la arrogancia personificada en tierra, que mujercita.
— Yo no duermo — espeto para que se mantenga callada pero resulta algo imposible.
— Bueno. Ya se me ocurrirá algo. — me dice en voz baja y con una sonrisa secreta, mientras mueve las manos para evitar que continúe, se da en la muñeca que tiene lastimada. — ¡Aagh me duele! — tomo su mano y me quedo mirando la herida, era una quemadura, gracias a todo no era ni siquiera tan grave. Podía solucionarse.
— ¿Acaso apagaste las velas con la mano? — mascullo malhumorado.
— No, ni que fuera tonta. Sólo que cuando fui a coger algo para iluminar el camino, los pasillos están demasiado oscuros. No me percaté y había una en frente de mis narices y al mover la muñeca …zas... me quemé.
— Lo sé, lo estoy viendo, que chiquilla más problemática eres Señorita Wells.
— Claro, ahora la problemática soy yo y cuando haces tú algo también la problemática soy yo. No has pensado ¡CONDE! que todo mi truma psicológico es por culpas suyas... — me decía ella mientras yo evaluaba su herida, sin prestarle la menor atención a sus palabras.
Decidí acercar su mano a mis labios y lamer las zonas de más riesgos a tener pequeños hematomas. Pude sentir como su pulso se alteró, su ritmo cardíaco se agitó considerablemente y su respiración estaba entre cortada de una extraña manera ya que no estaba asustada.
Podía sentirlo, no me tenía miedo, simplemente estaba muy agitada, me incliné y tomé el libro que dejó caer hace un rato y entonces se lo puse en las piernas.
— ¿Qué leías? — le pregunté desinteresadamente, para sacarla de su estado de shock que me estaba poniendo nervioso a mi también.
Mientras la morena tan sólo se miraba la muñeca que ya se encontraba a la perfección, gracias a mi astuta intervención.
— ¿Cómo hisiste eso? ¿Acaso tienes poderes? — me acribillaba ella bien confundida a puras preguntas.
— Como mismo he sanado todas tus heridas desde lo ocurrido aquella noche en el umbral para el baile, los daños en tu cuerpo ocasionados por los peñascos y no... No tengo poderes, la saliva de un vampiro es curativa.— pude ver que un rojo se hacía presente en sus mejillas, se volvía turbio y oscuro en sus labios, parecía la cubierta del libro del manifiesto comunista.
— ¿Todas las heridas de mi cuerpo? — tragó saliva, Dios, no. Pero, al mismo tiempo, los músculos del vientre se le contraen de forma deliciosa, no puedo evitar relamer mis labios.
Ésa es su forma de demostrarme que le importo. De forma tal, que no debo juzgar, pareciera que ni siquiera ella está clara.
— Todas y cada una. — le dije, ella se mordió el labio y alzo la mirada mientras un brillo extraño se reflejaba en sus ojos.
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Amante de un Príncipe Oscuro (II Libro: Bilogía Amantes Siniestros)
VampirosHay cicatrices que son algo más que una simple marca en la piel, o incluso en el alma. Lo que te llevó a conseguirla podría unirte a otra persona, quizás guiados por el mismo sufrimiento... uno reprimido en pedazos dentro de un pequeño rincón de tu...