La fecha en la que se conocieron pronto se convirtió en un agradable recuerdo que marcaría sus vidas para siempre. Los días comenzaron a transcurrir de una forma tan increíblemente rápida que pronto se tornaron en semanas.
Samuel quedó prácticamente instalado en el que sería su nuevo hogar y, además, le sobró algo de tiempo para modificar alguna que otra cosa del hogar de Emma. Por supuesto, contó con su permiso para ello.
La adaptación a la que sería la futura convivencia en pareja no fue tan mala para ninguno de los dos.
Ambos tenían experiencias pasadas con sus respectivas ex-parejas, por lo que el temor a fracasar seguía ahí.
No obstante, Samuel parecía no saber cómo vivir sin Emma y ésta no se imaginaba despertar una mañana en la que su omega no estuviese a su lado.
Las pequeñas manías comenzaron a hacerse notar. Por ejemplo, Emma se percató del hábito que Samuel realizaba nada más despertar.
Éste no podía levantarse de la cama tocando el suelo con el pie izquierdo. Si por un casual se olvidaba prestar atención a su acción y cometía el "error" de no posar su pie derecho, entonces se rehusaba a pasar el día fuera de su nido. Bueno, en realidad el berrinche solo le duraba un par de horas hasta que la alfa conseguía sacarlo de allí con el pretexto de que se trataba de una superstición que no le causaría ningún problema.
Samuel aceptaba, aunque su nivel de alerta no disminuía hasta que se levantaba al día siguiente con el pie derecho.
Emma también se percató de lo mucho que le gustaba a su omega susurrarse cosas bonitas cuando se miraba en el espejo para mantener una imagen agradable de sí mismo. Por supuesto, Samuel también le dirigía tiernas palabras a su omega como «eres el mejor omega del mundo» o «te amo mucho, mi lobito».
La alfa se derretía de ternura cada vez que lo escuchaba accidentalmente. En realidad, ella conocía a la perfección cuándo iba a suceder ese acontecimiento como tal y, por ende, ponía todo su empeño para escucharlo.
Amaba, en la misma proporción que parecía odiar, la alarma de su teléfono sonando a las seis de la mañana porque leyó en una revista sobre consejos para una buena salud, tanto física como mental, que levantarse temprano para meditar traía beneficios no solo para el cuerpo, sino que también para la mente.
Emma lo escuchaba refunfuñar todas las mañanas un «cinco minutos más» mientras estiraba su brazo para apagar la alarma.
Samuel lo intentó, de verdad que sí. Pero acabó dándose cuenta de que la mejor forma de meditar a las seis de la mañana era acurrucándose aún más entre los brazos de su alfa para continuar durmiendo.
En definitiva, la alfa amaba cada hábito, así como cada una de las nuevas ocurrencias un tanto descabelladas de su precioso omega.
Pero ella no fue la única en descubrir cosas. Samuel, por su parte, aprendió que su alfa no se encerraba todas las noches en su despacho antes de ir a dormir para cumplimentar algo de su trabajo, sino para escribir en un cuaderno notas de agradecimiento.
La alfa ni siquiera pretendía ocultarse de él, por lo que muchas veces acababa escribiéndolas con su omega acurrucado en su regazo.
Entonces pensaba, ¿qué mejor que escribir notas de agradecimiento, que en su mayoría trataban sobre su omega y sobre el magnífico cortejo que se estaba llevando a cabo, con el calor de su omega cerca?
Samuel también descubrió que la alfa podía ingerir cereales sin necesidad de pasarlos por leche.
La primera vez que vio cómo lo hacía, éste estalló en pequeñas risitas que acabó contagiando a la alfa. Una vez que se acostumbró a ello, el omega le pidió probar qué tal sabían así y, al final, acabó comiéndose el cuenco de cereales que pertenecía a su alfa.
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Alfa, quiero un nido ©
WerewolfSamuel, un omega varón de veintiséis años, se siente preparado para dar un paso más allá en su relación. Él quiere un nido. Está listo para pedirle a su pareja un nido porque desea experimentar todas aquellas cálidas sensaciones de las que todo el...