Capítulo 11

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¿Cómo había hecho para dormir esa noche? La respuesta era sencilla: pastillas. Se había tomado un somnífero y había caído casi privada a la cama. Ni siquiera había tenido el coraje de hablar con James, simplemente lo había sentido acercarse a su habitación y había fingido haber estado dormida. No tuvo tiempo de pensar en la noche, pero en la madrugada estuvo soñando con el momento de la piscina una y otra vez. Como si su memoria fuese un casete dañado que devuelve la cinta consecutivamente y sin descanso. 

Se levantó bajo una penumbra de cansancio, más que todo corporal, tenía algunos dolores en específicas partes del cuerpo y para su desgracia, era consciente de la razón. No podía negar que había una parte suya que le satisfacía sentirse así, hacía tanto tiempo que su cuerpo no revivía y la noche anterior definitivamente había sido revitalizada. Se sentía empoderada, como un ser nuevo, alguien que había vuelto a apreciar incluso los lunes. Sin embargo, también se sentía completamente culpable, débil, una perfecta estúpida. 

Esa mañana tomó un baño rápido, no desayunó y tampoco esperó a James. Todo en ella se sentía diferente, pero seguía siendo la misma chica rota y destruida que no podía obtener felicidad, sobre todo, cuando arribó a la habitación de Giles y confrontó su penosa realidad. Tenía flores nuevas y su habitación era una distinta, pero su estado era el mismo. 

Completamente dormido, rendido, preso de la realidad en un sueño que no sabía si era tortuoso o pacifico. Prefería pensar que estaba disfrutando en paz, fuera del afán del mundo y sus contratiempos. Le acarició los rizos con suavidad y lloró en silencio, recordando que la noche anterior había sido un error y que no debía volver a ocurrir precisamente por ese chico de rizos dorados postrado en esa camilla. ¿Qué había hecho? ¿Por qué no había tenido las fuerzas para impedirlo? 

Sollozó viéndolo fijamente, esperando que en cualquier momento pudiese abrir sus hermosos ojos y decirle que todo estaría bien, que él la perdonaba por dejarse llevar por sus ridículas emociones y sentimientos. Lloró el tiempo suficiente, mientras su teléfono vibraba en la cartera plateada, y entonces, cuando tuvo las fuerzas para dejar de llorar, salió de la habitación antes de que alguien más llegase a visitar y la encontrase allí. Se internó en un baño del hospital y se vio el rostro completamente enrojecido por el previo llanto, se lo lavó y luego se volvió a maquillar para estar presentable e ir a las clases, después de eso se dirigiría a la empresa por el resto del día. 

Cumplió su horario todavía en ayunas y al final de la tarde, ya se encontraba en la torre Ashworth, leyendo un par de contratos que se renovarían. Para esa hora ya había comido unas galletas y tomado tres copas de coñac. Solo eso. Tenía lentes puestos, un cigarrillo a medias en la mano izquierda y el cabello atado en una coleta alta sobre su cabeza. Ya había revisado esos contratos, pero necesitaba distraerse, mantener su mente enfocada y no le importaba volver a revisarlos por tercera vez. De lo contrario, volvería a recordar lo que había hecho y no le apetecía volver a la tónica de mártir y arrepentimiento. 

Porque sí, su mente dolía de remordimiento, pero su cuerpo ardía en placer solo recordando. Era un conflicto consigo misma que pensó que ya había superado, pero definitivamente, se mentía en cantidades exorbitantes. No quería enfrentarse a su realidad, no se sentía preparada para confrontar su error, así que lo mejor era evadirlo. Tal cual no hubiese sucedido nada de lo que pudiese arrepentirse. Como si la noche anterior simplemente hubiese llegado, disfrutado de la piscina y luego haberse dormido en paz.

—¿Señorita? —se oyó la voz de la asistente en el comunicador.

—Te oigo.

—Va camino a su oficina un empleado de su padre, dijo que usted sabía que vendría y que lo estaba esperando...

Tormenta eléctrica ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora