Pretender.

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Desde el principio, Dazai sabía que no sería para siempre, al igual que nada lo había sido durante toda su vida.

Pero había tenido la ilusión de que esa vez fuera una excepción. Y nadie culparía a un muchacho de quince años por creer que podría aferrarse a alguien para salvarse, excepto él mismo. Mirando hacia atrás, se daba cuenta de que tan solo había le arrastrado consigo al abismo y luego le había abandonado sin dar una sola explicación.

No había necesidad de ser un genio para darse cuenta de por qué Chuuya le odiaba. Aunque ese odio no fuera más que una fachada para ocultar su propio dolor y su consecuente rencor.

Con diecinueve años, intentar empezar una nueva vida se le hacía difícil. Y se esforzaba, de verdad que lo hacía, pero seguía siendo un muchacho perdido en su propia oscuridad tratando de aferrarse a algo, esta vez a una promesa. Seguía siendo débil, y caer en viejos hábitos no era precisamente difícil. Tenía que soportar por su propia cuenta no recaer en pastillas y tratar de buscar un sentido a su vida los días en los que las noches se hacían demasiado largas y su propia mente le atormentaba una y otra vez.

Y ya no estaba Chuuya.

Ya no estaba quien, sin decir una palabra, se quedaba a su lado hasta que se dormía. Quien veía la oscuridad de sus ojos pero aún así le trataba como si tan solo fuesen dos adolescentes normales. Quien había escuchado muchas veces sus rechazos y sus insultos en los días en los que odiaba hasta al mismo sol, los días en los que no podía seguir poniéndose encima una fachada. Y pese a su crueldad, pese a que él mismo se odiaba por lo que decía, Chuuya, contrario a su impulsiva personalidad, no decía nada y se quedaba junto a él. Nunca se lo reprochaba, nunca le escuchó quejarse por eso.

Quizá era porque Chuuya había estado en los mejores y peores días de su adolescencia la razón por la cual le extrañaba tanto. Una pequeña parte de él, esa que nunca había querido escuchar, le decía que era porque había llegado a quererle.

Había pasado todo con Chuuya. Desde la primera vez en una noria a su primer beso. Habían pasado muchas noches juntos. Fue la primera persona que escuchó sus miedos, esos que nunca se había permitido confesar a nadie. Por supuesto, él también conocía los de Chuuya y lo apoyaba en lo que pudiera.

Cuando todo empezó a ir a más, cuando la necesidad de verle se hacía cada vez más y más imprescindible en su vida, decidió acordar que no eran nada parecido a una pareja. Y Chuuya no se negó, ni se mostró afectado. Lo había asumido perfectamente desde el inicio, tan solo cambió a un pacto verbal. Todo estaba perfectamente definido hasta que Dazai decidió saltarse esos límites. Para cuando quiso darse cuenta, ya no veía en sus besos una vía de escape a su día a día sino una manera de llegar a la poca felicidad que podía llegar a sentir. Mirar sus ojos azules y perderse en ellos era ya algo casi inconsciente.

Ya no podía pretender que no lo quería. Si Chuuya no se había dado cuenta era un milagro.

Cuando Oda le dijo esas palabras que dieron una vuelta a su mundo y a su forma de vida, tan solo podía pensar en lo estúpido que había sido todo ese tiempo. Era considerado un genio, y no se había dado cuenta de que arrastrando a los demás consigo no iba a salvarse. Había sido tan egoísta que había incluso hecho que Chuuya eligiese entre su familia y él, en aquel momento un extraño al que no conocía de nada.

La última noche en la que estuvo con Chuuya, mientras estaba dormido como lo estaba ahora —aunque en este momento fuera inconsciente de su presencia— se dio cuenta de que merecía algo mucho mejor que alguien que no le dejó más opción que estar a su lado, simplemente por egoísmo. Porque con él había sido la primera vez en años que había sentido que era alguien remotamente feliz, un adolescente de quince años normal jugando con otro en un arcade.

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