Setenta y tres

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Benedict llegó a casa, y lo único que anunció su presencia para Amelia fue el ruido de la puerta al cerrarse. Ella caminó rápido hacia la sala cuando lo escuchó.

—Me despidieron... —fue lo que dijo Ben cuando la vio.

—¿Qué?, ¿Qué pasó? —interrogó ella descolocada

—Hice justo lo que me dijiste que no hiciera... —la miró avergonzado—. Lo siento mucho...

—No me digas que...

—Sí, golpeé al Sugar Daddy... —la interrumpió.

—Benedict... —Amelia se cubrió la cara—. ¡Te dije que no!

—No pude contenerme... de verdad lo siento...

—¡Te despidieron! —vociferó mirándolo—. Todo por lo cual tanto trabajaste se fue a la mierda por mi culpa...

—Amelia, yo decidí hacerlo, sabía lo que pasaría, no fue al azar... —trató de explicar él.

—Pero Ben... no es justo...

—Él lo merecía... y no sabes lo bien que se sintió...

Amelia se sentó en el sofá.

—No puedo creer que hayas hecho esto... —susurró cubriéndose el rostro otra vez, escondiendo sus lágrimas—. Ha sido un gran error...

—Oye, no te preocupes... —murmuró sentándose en una silla frente a ella—. Tengo ahorros, no es demasiado, pero servirán al menos por unos meses...

—Pero era tu empleo, maldición...

Él bajó la mirada, sintiendo repentina congoja.

En el momento en que la vio llorar, en que la vio sufrir, cayó en la cuenta de que la situación también le causaba angustia y tristeza, y pesar de poner todos sus esfuerzos en mantener un semblante hierático, no pudo esconder su dolor frente a Amelia.

Ella se levantó, y se puso detrás de él, para poner una mano sobre su pecho y abrazarlo.

—Trabajé años en el Imperial... —balbuceó cabizbajo—. No puedo mentirte... esto me afecta...

La mujer no podía pronunciar palabra alguna, se sentía muy culpable por la situación, y lo único que le quedaba era apoyarlo.

—Pero estaremos bien, te lo prometo... —dijo mirándola por sobre su hombro.

—No lo sé, Ben... —susurró mientras lo abrazaba—. Todo parece complicarse... traigo mala suerte...

—Somos científicos, no creemos en la suerte, ¿lo recuerdas?

Ella soltó una risa desaminada.

—Es cierto...

—¿Sabes qué mejora todo? —interrogó Ben poniéndose de pie—. Una taza de chocolate caliente... ¿me ayudas a prepararlo?

Ella asintió secándose las lágrimas.

Caminaron a la cocina uno junto al otro.

—Somos fuertes... lograremos salir adelante... —murmuró Ben.

—Es lo que más espero...

—Así será... —respondió.

Estuvieron un rato en pesaroso silencio, hasta que Ben tuvo la iniciativa de romper la tensión.

—Me contacté con una empresa de mudanzas, y mañana temprano irán por tus cosas... le avisé a Tom, así que espero coopere...

—Gracias, Ben... —musitó ella—. Dejé muchas cosas importantes en Belsize Park... y también tengo algunos ahorros, así que puedo darte un poco dinero para pagar el transporte...

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