CAPÍTULO 1

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Patricia era pequeñita y menuda, pero con todo muy bien puesto. La alcé y la deje de pie en el asiento del probador. A esa altura sus perfectas tetas quedaban a la altura de mi boca. Le quité el polo y mis manos se aferraron a su culito, pequeño, infantil, delicioso. Mis manos abarcaban ambas nalgas y mis dedos se metían entre sus piernas sobando lascivamente por encima del pantalón su coñito, mientras mi boca succionaba sus pezones y mi lengua lamía sus tetas.
Como todos los miércoles desde hacía ya un par de años llegaba al mismo centro comercial, aparcaba en la misma planta y en la misma plaza de garaje, agarraba mi carrito y me iba a hacer la compra para pasar la semana. Hasta las cajeras de esa gran superficie ya me conocían, según me veían llegar alguna me regalaba una sonrisa a la que yo le correspondía. Incluso ya asociaba muchas caras a esos miércoles, caras de clientes, personas jóvenes y no tan jóvenes. Esa gran superficie, era como una pasarela donde me podía fijar en las personas, observarlas y ver su reacción ante ciertas situaciones. Os cuento esto, porque esta gran superficie tendrá un gran significado en esta historia.

Mi nombre es Arturo, tengo 50 años, publicista, soy atractivo y tengo buena planta. Pensé que la vida que llevaba con mi mujer era lo más increíble que tenía, pero de la noche a la mañana esa vida dio un giro de 180°. En estos momentos estoy divorciado de mi mujer Gloria desde hace algo más de dos años y me tuve que ir a vivir a otro apartamento después de que mi exmujer me pagase la mitad del piso donde vivíamos.

Es algo que nunca entenderé. Gloria y yo nos casamos nada más terminar nuestras carreras, cuando ella tenía 25 años y yo 29. Dejamos claro, más bien ella dejó claro desde el principio de conocernos que no quería hijos, no le gustaban los niños. Gloria siempre fue una mujer de bandera, una belleza que la genética de su familia dejó bien definida en ella. Alta, de busto generoso, caderas proporcionadas, un culo de infarto y unas piernas eternas y tonificadas, dejaban ver a una mujer que hacía suspirar a muchos hombres a su paso. Su buen esfuerzo le costaba, a base de gimnasio y dieta.

Nuestro matrimonio iba muy bien, yo no era asfixiante con ella, le daba total libertad para hacer lo que quisiese dentro de una lógica de pareja. Hacíamos lo que nos daba la gana, fines de semana increíbles, escapadas románticas, salidas nocturnas hasta altas horas, de acuerdo que hacia un tiempo que nuestra líbido se relajó y ya no éramos esos amantes enfebrecidos que se tiraban horas follando, pero teníamos buen sexo, o eso creía yo.

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Un día de buenas a primeras me dijo que necesitaba tiempo, que estaba confundida y que sería mejor que estuviésemos una temporada separados…necesitaba espacio. Y se lo di, claro que se lo di. Intenté recapacitar con ella, iba a tirar veinte años de casados por una estupidez, pero me dijo que no me estaba pidiendo permiso, lo iba a hacer. Cuando recibió los papeles del divorcio supo que había llevado eso demasiado lejos y quiso pararlo, pero para mí ya era muy tarde, no iba a consentir que se follase a quien quisiese y luego cuando tuviese el coño dado de sí venir a la seguridad de su "maridito"

El no tener hijos simplificó todo mucho, se tasó todo y la mitad para cada uno. Mi ya exmujer se quiso quedar con el piso donde vivimos desde que nos casamos. Al tener los dos muy buen sueldo teníamos un plan de ahorro con lo que mi mujer me dijo que me quedase con todo y así ella pagaba su mitad del piso. Eso me dio la posibilidad de comprar un apartamento en una zona tranquila de Madrid y así empecé mi nueva vida de soltero.

He de reconocer que los primeros meses fueron un infierno para mí. Echaba de menos a mi exmujer como creo que nunca había echado de menos a nadie. Mi exmujer quiso que por lo menos fuésemos amigos, pero conociendo su manera de ser iba a ponerme al límite llevando a sus conquistas para que viese como zorreaba, con lo que, amablemente, decliné su oferta. De hecho, se molestó bastante por no querer ni darle mi dirección, donde viviría mis próximos años. Pasaba de que se presentase en mi casa a fiscalizar todo lo que hacía o como vivía. Me hacía falta tener contacto cero con ella para poder aclimatarme a mi nueva vida.

De hecho, esos primeros meses fueron complicados tanto en horarios como en comidas y cenas. Eso me llevó a consumir comida rápida o comida basura con lo que en esos meses engordé bastante y eso conllevó que mi tensión arterial se disparase y los niveles de azúcar en sangre también. El divorcio con mi mujer me estaba afectando más de la cuenta y tenía que parar, reflexionar y tomar cartas en el asunto, si seguía así en un par de años alguien, no se quien iría a mi entierro.

Pedí una semana libre y me tomé unos días alejado de todo, reflexioné y decidí que había que empezar a recuperar al Arturo que fui siempre. Contraté a un entrenador personal que además era nutricionista. Ante mi apareció una joven con unas referencias increíbles y que estaba muy buena. Quise probar a ver que tan bien decían que te hacia entrar en vereda y vaya que lo hizo. Durante el siguiente mes odie, creo que con todas mis fuerzas, a esa mujer que no era clemente conmigo y que después de estar todo el día trabajando me machacaba sin piedad y me hacía tragar algo que ella llamaba comida pero que me dejaba con más hambre de la que traía antes de terminar esa bazofia.

SUGAR DADDYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora