1. 𝓞𝓭𝓲𝓵𝓮 𝓡𝓮𝔂, 1889

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Vendreli, le 11 janvier 18891


Cher Cahier:

Estoy rendida, apenas si puedo tomar la pluma, pero quiero escribir sobre mi fiesta. Me ha emocionado más de lo que creía, ¡ha sido toda una fantasía, la más luminosa que me pudiera imaginar! Desde los preparativos, con Blanche ajustándome el elegante vestido que me regalo mi tía Jo, empolvando mi nariz y  trenzando mi cabello en un peinado alto, hasta la confidencia de mis queridas amigas, también arregladas para la ocasión. Desde la llegada de los invitados hasta las miradas de los jóvenes, tan acicalados como nosotras mismas, luciendo sus guantes y sus pañuelos. Las voces sonaban armoniosas en mis oídos, tanto como las melodías, suavemente interpretadas por los músicos que Madre contrató para placer de todos.

Se notaba en el aire el ambiente propicio a la formación de parejas: Madre invitó a muchos hombres con ese objetivo, puedo adivinarlo pues la conozco. Y me fijé en uno de ellos, a decir verdad. Tal vez fuera porque su pelo rojizo me trajo recuerdos dolorosos, tal vez fuera porque su nariz aleteaba con fuerza y sus ojos despedían ese brillo que pude ver en aquellos otros ojos... Aquellos otros que no podría olvidar aunque me esfuerce. Lo sé, mon Dieu, lo sé. No pude cumplir con mi deber, no seré la mujer que Madre espera. El impacto del primer hombre que me cautivó es muy difícil de matar sin morir un poco al mismo tiempo. Nadie podrá acusarme de nada pues mi sentimiento siempre fue solo para mí y eso me tranquiliza. Podré decir que este hombre que hoy atrajo mi atención tiene sus atributos personales y no estaré faltando a la verdad. Hoy lo vi por primera vez y tiene algo... algo que me hacía girar la cabeza hacia donde él estaba. Madre lo observó toda la noche, tan atenta como yo a las miradas que intercambiamos. Más tarde me hizo saber que no cree que sea un hombre para mí, aunque goza de buena fortuna y Padre tiene gran opinión sobre él. Ella dice que ha viajado demasiado, que es un hombre de derecho, que vive en París y difícilmente se fije en una niña del Sur como yo. Pero en el brillo de los ojos de Madre vi un poco de envidia por mi suerte. Ella es así, sé que me ama, que desea lo mejor para mí, pero también me parece que quisiera ser yo, haber crecido como lo he hecho yo, tener mi suerte.

Este hombre de la ciudad, tan viajado, tan extraño, me ha hecho un regalo exquisitamente bello, tan atinado a mí como si me hubiera estado espiando. Me regalo una casa de muñecas que adquirío en Holanda especialmente. Me pareció extraño. ¿Especialmente para mí? ¿Sin conocerme Madre me dice que es para demostrarle a Padre su agradecimiento por un negocio que dio buenos dividendos. Recién pude verla y admirarla cuando la fiesta terminó y él hacía rato se había retirado. Esta casa de muñecas invita a jugar como niña pero posee tal delicadeza e intimidad que es perfecta para este momento de mi vida. ¿Quién sera ese hombre? Madre no quiso decirme. Le pediré las señas a Padre: no podrá negármelas pues es de buena educación escribir una corta misiva agradeciendo este regalo.

Otra sorpresa fue encontrarme con una disculpa del tío Félix acompañadas por un pequeño lienzo en el que había una flor pintada, inconfundible, nerviosa, anaranjada y roja, que me hizo estremecer. Y en el estremecimiento volvieron aquellas sensaciones como si nunca lo hubiera arrancado de mí. Oh, cher Cahier. Qué desdicha mezclada con cuánta felicidad. Ver esas pinceladas, saber que nacieron de sus manos, de sus ojos, de su mundo y ya no puedo verlo a él. Pero no voy a seguir recordando lo amargo. Ahora tengo el instante de esa flor. Las disculpas decían algo así como que pronto vendría a verme y me traería  un verdadero presente, que este era apenas un compensatorio. ¡Si supiera!

Jeudi, le 7 février, 1889

Cher Cahier:

Han pasado varias semanas desde la fiesta de mi cumpleaños. El hombre que me regaló la casa de muñecas se llama Monsieur François Rivet. Tiene 26 años, once más que yo. Le escribí unas palabras de agradecimiento que pronto fueron respondidas. Pasa gran parte del año en París, estudiando y trabajando con un republicano. Su familia posee una gran fortuna, tierras y viñedos. Vino a mi casa la otra tarde y pidió conversar conmigo. Madre accedió, mas no sin advertirme que solo lo hacía de buena educación. No perdí la ocasión y le confesé a Monsieur Rivet cuán encantada estoy con mi casa de muñecas. Como respuesta buscó en su bolsillo y me entregó una bolsa diminuta con un par de llavecitas y las instrucciones para encontrar dónde usarlas. Una sonrisa acompañó su nuevo regalo, y una frase que me hizo sonrojas: "Usted, mademoiselle, debe guardar muchos secretos". ¿Será que se me nota o que solo lo notan él y su mirada penetrante? Me dijo que no estará en Arles por mucho tiempo pero que si interés por mí es profundo. Que adora mi piel, mi cabello negro y mis gruesas pestañas. Que París no tiene brillo comparado con el que irradia mi persona. Me gustó que fuera atrevido y que no tuviera remilgos en confiarme sus sentimientos. Pero veremos cuán verdaderas son sus palabras con el paso de los meses. Yo respondí con sonrisas y silencios, aunque no pude evitar mirarlo un instante a los ojos y creo que ese gesto también atrevido delató mi alegría.

A veces veo tan claro el futuro que me entristezco. Madre dice que las sorpresas no son buenas para las mujeres, que cuanto más definido esté nuestro futuro, mejor es a nuestro intereses. Hay un plan trazado por mis padres y difícilmente pueda apartarme de él. En gran parte dependo de Monsieur Rivet. Si él no responde como Padre espera, lo más probable es que termine desposada con algún viejo rico de la zona, que me triplique en edad, sin importar mis sentimientos, como le sucedió a Madre. Dios mío, al dejar la infancia ya no hay aventuras posibles y eso te hace tan fundamental, cher Cahier. Aquí en tus páginas reviviré lo que vaya muriendo en la vida real.

❝Una Casa De Secretos ❞〔Paula Bombara〕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora